lunes, 28 de febrero de 2011

PAGAGNINI: FUSION DE GENIO


Mi pareja y yo tenemos la sensación, cuando vamos al teatro, de pasar siempre por la misma penosa situación:  nos sentemos donde nos sentemos, las butacas de la fila anterior a la nuestra permanecen vacías hasta el mismo momento en  que nos permitimos pensar que vamos a tener la suerte de que se van a quedar así durante la representación, instante preciso en que dos personas más (incluso mucho más) altas que la media llegan apuradas y ufanas y se nos plantan delante, privándonos (no por su culpa, claro está, si hay alguna culpa en esto corresponde a lo vetustos que se han ido quedando casi todos los teatros de la ciudad, el auge actual de los cuales deberían impulsar a sus correspondientes empresarios a pensar en la posibilidad de una actualización) de un porcentaje considerable de visión. Este fue el caso de la noche en que vimos Pagagnini  en el Teatro Haagen Dazs Calderón (así, con esa marca de helados en medio, de la misma forma que para acceder al patio de butacas hay que pasar a través de una de sus heladerías, situación un tanto surrealista). Pero el motivo de traer a colación a esa pareja de altos jóvenes de nuestra última y europea generación es la de mencionar el comentario que hicieron cuando una voz en off anunció el comienzo del concierto.
“¿Concierto?, ¿pero, es que es un concierto?”, se decían alarmados el uno al otro, confundidos, sin duda, por la publicidad de la obra, que parece destacar más la parte que tiene de espectáculo de humor, suministrado por la brillante creatividad del grupo Yllana, que la parte musical, debida al virtuoso violinista armenio Ara Malikian, y sus (a casi similar altura) tres acompañantes. Pero pronto tuvieron motivos para tranquilizarse, porque, desde su primera aparición en escena, el cuarteto de cuerda que se planta encima del escenario se revela como un grupo de humor haciendo música o un grupo de músicos haciendo humor, indistintamente, de tal manera que nunca se había visto una fusión más perfecta entre la música clásica (cuya interpretación, por el hecho de estar haciendo algo en tono de comedia no pierde ni un ápice de calidad) y el humor gestual, alcanzándose unas cotas de virtuosismo casi increíble (uno llega a pensar que esta gente ha alcanzado el máximo nivel posible de dominio de sus correspondientes instrumentos, y que si son capaces de hacernos reír con sus peculiares interpretaciones de obras como el Canon de Pachelbel  o un Concierto de Mozart, es porque si estuvieran interpretándolas en el marco de un escenario “formal”, digamos, nos estarían emocionando y nos harían igualmente disfrutar de la música clásica, sin más), encabezados por un Ara Malikian que transmite unas vibraciones tan positivas, un buen rollo tal, que uno es capaz de percibir como hace mejorar progresivamente el humor del público presente, que empieza un poco frío (como suele pasar con los públicos de entresemana) y acaba dando palmas, e incluso chasqueando los dedos, llevados de la mano por este genio.
Pero a lo largo del espectáculo hay momentos (desternillantes) para el lucimiento de cada uno de los artistas, que hacen su correspondiente y surrealista solo, bien a base de marcarse un baile tocando las castañuelas (que suenan en la Danza española de “La vida breve” de Manuel de Falla), apareciendo con un inverosímil violín eléctrico con el que se compone de forma espectacular algo que (a falta de ver dos representaciones distintas y poder afirmarlo con seguridad) tiene toda la pinta de ser improvisado o marcándose una tema en francés de Serge Gainsbourg, tarareado por el público y en el que se contiene una canción de amor dirigida a una espectadora (y aquí tengo que advertir que, si tienen la intención de ir y no son precisamente lo que se dice gente “echá palante”, tengan cuidado de no sentarse en las butacas próximas al pasillo central, háganme caso, porque podrían pasar unos momentos de cierta zozobra, y hablo desde la experiencia que tengo de haber sido proyectado en una pantalla gigante en una representación del grupo de humor sarcástico “La Cubana” mientras se me preguntaba, que qué haría si fuera rico) de la que uno de los componentes del genial grupo se ha enamorado irremediablemente.
Y cuando todo esto ya ha amortizado de sobra el precio (más bien alto) que se ha pagado por la entrada, todavía queda el remate final, con una formidable interpretación del autor que da nombre al espectáculo, Paganini, que de pronto, recuerda al espectador, si es que se le había olvidado en algún momento, que se encuentra ante un grupo de músicos, encabezados por un violinista excepcional, de primer nivel mundial, y que son capaces de pasarse casi dos horas encima de un escenario derrochando una energía tremenda, buscando y consiguiendo que el público lo pase muy bien (los espigados espectadores de delante aplaudieron a rabiar), de tal forma que después de salir del teatro a uno le cuesta varias horas borrar la sonrisa de su cara. Que lo disfruten.

4 comentarios:

  1. Gracias por la recomendación. Intentaré no perdérmela. Y yo también fui captado por La Cubana en dos espectáculos diferentes: Mamá, quiero ser artista y Cómeme el coco, negro. Saludos.

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  2. Si puedes, no te la pierdas, merece muchísimo la pena. Los de La Cubana tienen un peligro tremendo, pero todo forma parte del espectáculo, incluso que te pillen a traición. Saludos.

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  3. Yo he asistido el pasado viernes junto con mis hijos: un adolescente-"heavy" de 15 años y un peque de 9 años. Nunca les había visto disfrutar tantísimo en un teatro: rieron, aplaudieron, cantaron y los dos dijeron al terminar que no les importaría volver a verlo. Un espectáculo brillante y vibrante de principio a fin. Una maravilla difícil de olvidar.

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  4. Efectivamente, este espectáculo es una forma idónea de "vender" la música clásica a los chavales, y si ya es recomendable para todos, es muy, pero que muy aconsejable para familias con inquietudes musicales. Gracias por el comentario, Carmen, y un saludo.

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