viernes, 30 de diciembre de 2011

CANCIÓN DE HIELO Y FUEGO: UN MUNDO NUEVO BAJO EL SOL



Todos llegamos a un momento en nuestras vidas, ya sea por las experiencias acumuladas o simplemente por el paso del tiempo, en que estamos convencidos de que nada ni nadie nos puede sorprender nunca más. Andamos por ahí con la mueca cínica del que ya sabe todo lo que hay que saber sobre la vida, convencidos de que no hay nada nuevo bajo el sol. Hasta que, invariablemente, nos tropezamos con algo nuevo y sorprendente, y comprendemos que un ingrediente más de esa sabiduría es la revelación de que, por ejemplo, el mundo del entretenimiento, es, en realidad, inabarcable, afortunadamente para nosotros. Canción de hielo y fuego (George R. R. Martin 1996-2011, por ahora) ha sido para mi un ejemplo de esa constatación, la inesperada revelación de que un mundo desconocido (la llamada literatura fantástica de la que sólo he sido capaz de leer El señor de los anillos y gracias a su magnífica adaptación cinematográfica) y, por tanto (tal y como parece estar grabado en nuestros genes) despreciado, considerado como no merecedor de nuestros preciosos tiempo y esfuerzo, es capaz de generar un manantial de entretenimiento pantagruélico, de provocar una ansiedad que desde hacía mucho tiempo sólo conocía a través de la espera entre capítulo y capítulo de las mejores series de televisión. Pero, por eso mismo, no sé si es responsable recomendar su lectura.

Porque quien se atreva a emprender este viaje comenzando por el primer libro, Juego de Tronos (algo obligatorio pero satisfactorio incluso a pesar de haber seguido la memorable temporada correspondiente de la serie de la HBO, un ejemplo de cómo se puede adaptar a la televisión, sin recurrir en exceso a los manidos efectos digitales, una historia compleja como ha habido pocas, si detrás de las cámaras hay gente con el cerebro y la sensibilidad suficiente como para, entre otras cosas, tener el buen juicio de contar con el propio autor como guionista) tiene que saber que se va a meter en una aventura literaria, sí, pero también en una odisea personal. Que se olvide de Internet, de la televisión, de los amigos y de la novia o novio. Que intente convencer a su familia de que el hecho de pasarse varias horas todos los días leyendo unos extraños libros de casi mil páginas, con letra diminuta, y contestar a sus lógicas preguntas con nerviosos monosílabos sin levantar la vista para no perder la línea de lectura no es motivo de consulta psicológica. Que no se engañe, que se compre el pack entero de los cuatro (o cinco, porque, dependiendo de las ediciones, Tormenta de Espadas, el tercer volumen, puede estar o no dividido en dos tomos) libros de bolsillo que hay editados en el mercado y que no sea tan ingenuo de pensar que va a poder aguantar a la publicación en español y además en ese formato del, por ahora (si bien parece ser que la historia va a continuar con otros, al menos, dos volúmenes más, lo que me da pie a implorar desde aquí al señor Martin, que se lo piense muy bien y que tenga en cuenta que está jugando con las vidas de personas con obligaciones) último volumen existente de la serie, titulado A Dance with Dragons (por cierto, y para los que se atrevan, la lectura en inglés es simplemente mucho más gratificante). En fin, que se prepare para una lectura absorbente como pocas, la de un relato al que la palabra adictivo no le hace verdadera justicia.



Nos encontramos en un mundo geográficamente imaginario (en el que la arbitraria e imprevisible duración de las estaciones climáticas juega un papel determinante dejándolo fuera incluso del ámbito de las leyes físicas reales) y temporalmente medieval (e inspirado en la Inglaterra de la Guerra de las dos rosas en el siglo XV, una de las numerosas referencias del mundo real que se pueden deducir de Canción de hielo y fuego, y cuyo descubrimiento no deja de ser otro entretenimiento más para el lector culto). Nos centramos en uno de sus continentes (Westeros, o los Siete reinos, traducido al español como Poniente, pero que no es el único ámbito en el que se desarrolla el relato, que se va ensanchando cada vez más) en el que la lucha por el llamado “Trono de Hierro” lleva mucho tiempo generando guerras entre las distintas familias que se consideran directamente legitimadas a ocuparlo y que acaba implicando, a través de vínculos de fidelidad más o menos interesados, a todas las familias nobles que se reparten, al modo feudal, el territorio. Paralelamente, el helador norte de los Siete reinos está amenazado continuamente por el avance implacable de unas fuerzas oscuras e infernales a las que las guerras de los hombres les traen sin cuidado, y contra el que sólo se interpone un ejército de mercenarios (the Night´s Watch) y un muro de hielo de proporciones inimaginables. Pero que nadie piense que nos encontramos ante una sencilla historia de castillos, espadas y torneos, ese no es más que el escenario sobre el que se desarrolla una narración compleja en la que la poliédrica moralidad de los humanos, sus relaciones con el sexo (explícito e integrado en el relato de manera natural) y la violencia (aún más explícita, y a salvo de la cual, conviene avisarlo, no está ninguno de los protagonistas, ni siquiera aquellos con los que el señor Martin, en un ejercicio de cierta crueldad con el lector, quiere que nos encariñemos), con el honor y el deber, con nuestras limitaciones y lo que nos exige la ciega y brutal realidad a cada momento, va a ser la auténtica protagonista.

El principal mérito del (malvado) señor Martin consiste en su increíble habilidad para mantener el equilibrio entre una narración que es colectiva como pocas (en ella intervienen prácticamente todos los miembros de esas familias, hasta el punto de que al final de cada uno de los tomos se ha tenido que incluir una relación de cada uno de los Lords, Ladys, Knights, y señores de menor rango clasificados por casas a cuyo frente se sitúan los principales contendientes, además de los bastardos y bastardas, más el resto de personajes que poco a poco van interviniendo en la historia, y que hay que consultar de vez en cuando salvo que uno tenga una memoria fotográfica extraterrestre) y las odiseas individuales de varios personajes afectados por las consecuencias siempre terribles de la guerra, dotados de un alma sorprendentemente cercana para los pobladores de un mundo que, no lo olvidemos, sólo está en la cabeza del autor, e incluso en algunos casos, destilando un aliento de marcado carácter shakesperiano (Ned Stark, conocedor de su deber y su destino, Lady Brienne, viviendo desde siempre contra corriente, Jaime Lannister, o como se puede hacer evolucionar un personaje de forma magistral, su hermana Cersei, un ejemplo de inteligencia sin un ápice de bondad, Littlefinger, el manipulador incansable, y por encima de todos la maravillosa Daenerys Targaryen, habitante de un mundo fantástico dentro de un mundo imaginario).



Por tanto recomiendo y no recomiendo leer (habrá quien piense que basta con seguir la serie de la HBO, pero creerme, a pesar de lo buena que es, no es suficiente) Canción de hielo y fuego: os dejo a vosotros una decisión que por ser un tanto peligrosa debe tomarse con cuidado. Abstenerse estudiantes con exámenes próximos, opositores, cargos del nuevo Gobierno muy ocupados en recortar presupuestos y demás personas con responsabilidades. O, simplemente, cambiar vuestras prioridades.