domingo, 13 de febrero de 2011

BURIED: EL RETO POR EL RETO



He decidido a partir de ahora que voy a cumplir a rajatabla con las siguientes normas:
  1. No va a volver a aparecer en este blog la letra M, por ejemplo.
  2. Sólo haré entradas los días pares que no caigan en miércoles ni jueves.
  3. Voy a prescindir de mi procesador de textos y voy a utilizar para mis comentarios una vetusta máquina de escribir, que aún guardo por ahí.
Hala, ya lo he dicho. ¿Qué ocurre? ¿Por qué me miran de ese modo? Ya, creen que me he vuelto majareta, ¿verdad? No, no es eso, es simplemente que me he planteado un reto. Piensen que la regla número 1 es la que aplicó el escritor George Perec en su novela “La Desaparición”, donde lo que desaparece es la letra E, la más frecuente del alfabeto en francés (y que fue traspasada al castellano haciendo desaparecer la letra A en lo que me imagino debió de ser la traducción más difícil de la historia de la literatura). O que escritores como Javier Marías prescinden del ordenador a la hora de redactar sus obras y usan ruidosas y entrañables máquinas de escribir (lo que supongo que es algo relacionado con la búsqueda individual del ambiente propicio para la inspiración). Quiero decir, no soy el único que hace este tipo de cosas.

Miren también por ejemplo la película Buried (Enterrado, Rodrigo Cortés, 2010), en la que “el reto” consiste en rodar un film completamente, de cabo a rabo, en el espacio delimitado por el ataúd en el que han metido a un trabajador estadounidense en Irak después de que el convoy en el que viajaba fuera atacado y varios de sus miembros asesinados o secuestrados. Estos insurgentes, que son ciertamente viles, sin duda, pero cuya mente, hay que reconocerlo, está dotada de un talento especial para crear situaciones dramáticas (y con los que un buen cazatalentos de Hollywood, dada la sequía de buenos guiones que padecen por esos pagos, debería contactar inmediatamente) deciden que la mejor forma de obtener un rescate a cambio de la liberación de uno de los secuestrados es enterrarlo vivo, proporcionarle un teléfono móvil de última generación (también hay que reconocer el talento de la empresa de telefonía iraquí, capaz de, en un país en guerra y descomposición, dar cobertura en un espacio como ese, con posibilidad de llamadas internacionales, ningún problema a la hora de recibir y enviar contenido multimedia, etc., y en el que, los secuestradores tienen una conexión a internet segura y fiable, es decir, mejor que Telefónica, por ejemplo), así como una serie de útiles (que tienen algo de los “objetos” con los que uno cuenta en los video juegos), como linterna, neones portátiles, bolígrafo, mechero, las pastillitas para la ansiedad (son terroristas, pero con la salud no se juega) que el protagonista tiene recetadas, y, (detalle ciertamente sorprendente para un grupo de integristas islámicos) una petaca de whisky (pero no una triste cantimplora, con lo que, mi angustia principal, mayor que la claustrofóbica, durante la visualización de la película fue la de pensar la sed que ese hombre debía de estar pasando, hasta el punto de tener que beber agua yo mismo con cierta frecuencia) y exigirle que pida una cantidad de dinero a su Gobierno, así como que ruede un vídeo en el que explique su dramática situación.

No es posible contar nada más (y quizá ya haya dicho demasiado) del argumento de la película sin reventarle cosas, así que me limitaré a decir que, independientemente de los problemas de guión por los que uno no comprende la actitud de los secuestradores, ni tampoco los vericuetos por los que se adentran en determinados momentos las conversaciones con las personas a las que llama el protagonista (Ryan Reynolds, un actor con nombre en Hollywood, que ha participado en películas como Lobezno o La Proposición, y que hace una interpretación bastante convincente), la película está bien hecha, mantiene la tensión y es verdad que consigue, a pesar de todo, no ser demasiado reiterativa, tanto en la forma (la cámara consigue plano a plano liberarse de sus ataduras, igual que el agua siempre encuentra un camino por el que filtrarse) como en el contenido. Pero, uno, que es aficionado, en principio, a todo tipo de cine, que no le importa ver, de vez en cuando, películas como ésta, que no deja de ser de las de bolsa de palomitas y grupo de amíguetes con los que comentar la jugada, quiere que cuando el protagonista habla con el militar a cargo de su rescate, la jeta de este militar salga en pantalla, junto con el helicóptero o lo que quiera que sea que le esté llevando allí, que cuando habla con el impresentable del jefe de su empresa, le veamos en su despacho para poder despreciarle a placer, quiere ver a los secuestradores, en que tipo de antro se mueven, como es la población en la que viven, el sol cegador del desierto que provoca el calor que hace que nuestro héroe se esté cociendo vivo allí dentro, etc., etc., es decir, no entiende que todo eso esté prohibido, porque los autores de la película se hayan propuesto un reto, y se da cuenta de que los retos de ese tipo carecen de sentido.

Por lo tanto, en la próxima entrada de este blog, aparecerá la letra M, podrá ser un día cualquiera de la semana y estará escrita en un procesador de textos, y mis retos serán intentar escribir cada vez mejor, saber cada vez más y leer, ver y escuchar todo lo que me interese sin cortapisas. Y conservar un cierto sentido crítico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario