NOVELA: LOS DANE

Hoy estoy de estreno. Después de darle muchas vueltas me he decidido a publicar aquí mi por ahora sólo relato, pero con ambición de convetirse en algo más, Los Dane. Espero que la gente que lo lea, llevada por la curiosidad, lo trate con cariño, pero sería estupendo también que, si alguien se toma la molestia de leerlo, deje algún rastro de haberlo hecho en forma de comentario, crítico o no, constructivo o no. Si es una sugerencia útil, entonces mi agradecimiento será infinito.  En todo caso, mi ánimo es que se convierta en algo más que un documento sin terminar guardado en el disco duro de mi ordenador. El plan es publicar un capítulo al mismo tiempo que las entradas del blog, que últimamente tienen una frecuencia más o menos semanal. Confieso que el relato no está ni mucho menos terminado, y lo que es más grave, ni mucho menos planificado su desarrollo íntegro. Precisamente uno de los motivos que me han animado a publicarlo aquí es esa especie de obligación (real o no) que uno se crea para sus potenciales lectores, en primer lugar, pero también para consigo mismo, y que le lleva a tener que seguir escribiendo e invirtiendo el tiempo y las neuronas que hagan falta. 
Gracias de antemano por vuestra comprensión.


 CAPITULO 1: DE VUELTA EN MADRID

Me acuerdo perfectamente del día en que conocí a los Dane. Era un 4 de Mayo de 2003, y no es que yo tenga lo que se dice una buena memoria para recordar fechas, ni muchísimo menos, pero es que aquella fue especial. Era el lunes después de un fin de semana largo en el que comenzaba mi nuevo trabajo en la Embajada Norteamericana en Madrid. La verdad es que desde el jueves día 30 ya ostentaba el cargo de jefe del Departamento de Atención y Primera Recepción para ciudadanos norteamericanos en España, dependiente directamente del Agregado al Embajador para Asuntos Consulares, pero no me había sentado en mi despacho, ni en realidad hecho a la idea de que era aquello en lo que me había metido hasta aquel lunes. Todo había ido muy deprisa, quizá demasiado para mis ritmos internos. Sólo hacía 2 meses que había vuelto de Estados Unidos, donde había pasado los últimos cuatro años para hacer un postgrado en Relaciones Internacionales. Nada más aterrizar mi padre me comentó la posibilidad de conseguir el trabajo. Sus amistades con altos cargos de la Embajada, que conservaba desde los tiempos en que estaba destinado en la base aérea de Torrejón, habían sido la fuente de la que había surgido una oferta tan tentadora como aquella. Por supuesto que el hecho de que yo fuera bilingüe natural, el que hubiera vivido largo tiempo en ambos países y el recién obtenido título me hacían idóneo para iniciar lo que se ha dado en llamar la carrera diplomática, pero cualquier otro candidato hubiera pasado por un proceso previo del que lo mínimo que se puede decir es que habría durado bastante más que el mes y medio que duró el mío, y desde luego, no sólo habría consistido en un par de entrevistas con altos funcionarios sonrientes más interesados en hablar de los viejos tiempos con mi padre que en oír lo que yo tuviera que decir. Bien poco en realidad.

Por oscuros motivos que ni yo mismo alcanzo a comprender y a diferencia de la mayoría de la gente de mi generación que conozco, tanto de allí como de aquí, no le tengo mucho apego al dinero. Sin embargo, la perspectiva de ingresar un fijo de 2000 dólares semanales, más otros emolumentos variables, cuya mecánica aún a día de hoy no he sido capaz de desentrañar, era, desde cualquier punto de vista, bastante halagüeña. Me permitía instalarme cómodamente en un país aun no excesivamente caro como era España en ese momento, además de algún que otro lujo, de carácter moderado, pero útil para tratar de impresionar a las mujeres que estaban a mi alcance, parte de las que, según fui descubriendo, no sin cierta sorpresa y quizá alguna decepción, parecían impresionarse de verdad. Además conservaba un par de buenas amistades de mi anterior etapa en Madrid, españoles con los que, estaba seguro, podía contar y que harían todo lo posible por facilitarme las cosas. Estos factores y el hecho de que internamente, tenía la sensación de que las heridas provocadas por los íntimos fracasos de mi anterior vida aquí habían cicatrizado ya, me hicieron decantarme por aceptar el puesto.

Así que allí estaba yo, mirando por la ventana de la primera planta del edificio, observando al par de patrullas de policía española que al parecer permanecían las 24 horas del día estancadas delante de la entrada principal, una mañana de sol espléndido, primera después de varias semanas de lluvia ya casi impertinente, un tanto estupefacto, tratando de ponerme al día de los asuntos cotidianos con los que se suponía que tendría que lidiar desde aquel momento, cuando Harry y Liza Dane eran conducidos a mi despacho por Tony, mi secretaria, sin más información que un “David, Mr. y Ms. Dane quieren hablar contigo, ¿no es un mal momento verdad?”.

Ms. Dane pertenecía a esa inquietante categoría de mujeres de las que aceptarías como cierta cualquier edad que te confesaran entre los 40 y 60 años y que sólo la clara madurez de su marido daba pistas para ubicarla en el tramo alto del intervalo. Aún atractiva, de mirada inteligente, sabías nada más verla que sería muy difícil que trasmitiera cualquier tipo de emoción. Su marido, sin embargo, era una especie de volcán. El típico norteamericano inmensamente rico en energía, parecía ser el centro de un sistema solar en el que los demás sólo fueran planetas sin vida que giraran inconscientes a su alrededor. Estas dos personas eran los primeros ciudadanos norteamericanos a los que yo iba a ofrecer el “Servicio de Atención y Primera Recepción” puesto a disposición por su Embajada en Madrid, y, (recuerdo este pensamiento vivamente por lo entreverado que estaba de emoción), de repente, en el mismo instante en que se sentaron en las cómodas butacas dispuestas en frente de mi mesa, me sentí absolutamente impedido para ejercitar ninguna labor, no ya relacionada con ese servicio, sino con ningún otro, como si no fuera a ser capaz ni de decirles la hora del día.

Con lo cual, tardé algunos largos segundos en volver a recuperar cierta seguridad en mí mismo, segundos en los que al parecer Harry Dane había comenzado a explicar la razón por la cual requerían de los servicios de mi Departamento, a lo que sólo fui capaz de contestar con un socorrido “I see”. Liza Dane continuó hablando, y, afortunadamente, mi cerebro empezó a procesar sus palabras. Se habían trasladado a vivir, en principio temporalmente, a Madrid, desde los EE.UU. No, no había sido por motivos de trabajo, aunque la empresa en la que trabajaba Harry tenía sede abierta en España y era muy posible que pudieran requerirse sus servicios aquí. Ella por su parte podía seguir trabajando porque escribía artículos para una revista y nunca le habían puesto trabas para pasar temporadas fuera enviándolos a distancia. No, no conocían a nadie en Madrid ni siquiera en España, no la habían visitado antes, habían elegido esta ciudad simplemente porque siempre habían deseado conocer Europa y les había parecido un lugar atractivo para vivir un temporada. Lo que buscaban concretamente era asesoramiento para encontrar vivienda, ayuda con el papeleo y entrar en contacto con la colonia estadounidense de la zona. Se alojaban en un hotel, muy cerca de la embajada, todavía no habían tenido tiempo siquiera de darse una vuelta por los alrededores, mucho menos de hacer turismo, puesto que llevaban en Madrid menos de 24 horas.

Bien, aquello parecía sencillo, les entregué un ejemplar de la guía de Madrid para ciudadanos norteamericanos editada por el Departamento de Estado, que incluía los consejos necesarios en el caso de que se tuviera la idea de permanecer temporadas largas, les di la tarjeta de un par de inmobiliarias especializadas en la zona en la que tradicionalmente se habían ido estableciendo los estadounidenses en la capital que les atenderían en su idioma, y les pregunté si podía serles de más ayuda.

-Hay otra cosa, dijo Harry. En realidad no estamos solos mi mujer y yo, hemos venido con nuestro hijo pequeño Todd. Tiene 17 años, supongo que va a necesitar algún tipo de colegio, pero no sé si es del todo una buena idea. ¿Hay algún clase de norma legal en este país que obligue a los jóvenes de esa edad a estar escolarizados?
-No es el caso Mr Dane, en España la escolarización obligatoria alcanza hasta los 16 años. Pero sí les puedo informar de que en Madrid existen varios colegios americanos que podrían permitir a su hijo continuar sus estudios sin comprometer un posible futuro universitario.
-Bueno, deme esas direcciones, pero en última instancia me temo que va a depender de él. De lo que él decida, quiero decir.
-Ya hemos hablado de esto Harry, y no creo que sea necesario...es decir...no creo que al señor Farewell...
-Caldwell
-Disculpe, al señor Caldwell le interesen nuestros problemas familiares.
-En cualquier caso, aquí tienen un par de folletos de los colegios por si deciden cambiar de opinión. Créanme, se lo aseguro, su calidad es equiparable a los que están en territorio nacional.
-Gracias Mr. Caldwell. Bien, creo que eso es todo, supongo que no sería mucho pedirle que nos atendiera telefónicamente en caso de que necesitáramos su asesoramiento de aquí en adelante.
-Por supuesto que no, aquí tienen mi tarjeta que incluye mi número de móvil en el que estaré encantado de atenderles a cualquier hora del día.
-De nuevo muchas gracias Mr. Caldwell.
-David
-David

CAPÍTULO 2: COMIENZA EL VIAJE SIN RETORNO

Transcurrieron un par de meses antes de que volviera a saber de ellos. Era primeros de Julio y el calor se había enseñoreado de la ciudad como un noble tomando posesión de lo que era suyo. Incluso a aquella hora, las 6 y pico de la mañana, era imposible ponerse una chaqueta y una corbata sin tener la sensación de estar metido en una sauna, pero así eran las estrictas normas de protocolo en aquella Embajada, sobre todo desde que el embajador James Trevijano, un cubano-norteamericano anticastrista hasta la médula que había hecho carrera en el Partido Republicano de Florida en el momento políticamente más favorable para sus intereses, había tomado posesión del puesto, hacía algo más de dos años. Entraba pronto a trabajar por aquella época, necesitaba tiempo extra para ponerme al día, porque durante las primeras semanas se hizo evidente que la cantidad de compatriotas que requerían nuestros servicios era mucho más grande de lo que yo había supuesto en un principio. Gente de todo tipo y condición acudía a la Embajada buscando ayuda, lo que me tenía la mayor parte de la jornada ocupado. La mayoría buscaban asesoramiento para el establecimiento de negocios. Por lo menos eso era lo que decían al principio, pero luego la conversación iba a parar invariablemente al tema inmobiliario. Todos o casi todos habían oído hablar del boom del ladrillo en España y querían invertir en pisos. Todos o casi todos buscaban información sobre las zonas de la ciudad o del país que podrían asegurar los mayores beneficios. Durante aquella época, por tanto, me convertí en una especie de consultor inmobiliario del Gobierno de los EE.UU. para España.

Pero ese día, tan temprano que sólo hacía un par de minutos que había salido de la ducha y me afeitaba somnoliento delante del espejo, la ayuda que se iba a requerir de mí era muy diferente. Sonó el móvil y lo contemplé perplejo unos instantes antes de reaccionar al ver que el número no pertenecía a la agenda. La estupefacción se me mezcló con una vaga sensación de alarma, pero contesté antes de que pudiera concretarse ninguna inquietud: mi padre y su mala salud, mi madre y sus problemas desde el otro extremo del mundo sin hacerse cargo de la diferencia horaria. Era Harry Dane. Lo reconocí al instante, antes de que se identificara.

-¿Sr. Caldwell? ¿es usted? Soy Harry Dane, no se si me recuerda.
-Si, Mr. Dane, me acuerdo de ustedes.
-Siento molestarle tan temprano, pero verá, se trata de una situación urgente.
-No se preocupe Sr. Dane, pero ¿qué ocurre?
-Bueno, se trata de mi hijo Todd, le llamo desde una comisaría de policía... Es un asunto demasiado complicado como para tratarlo por teléfono, ¿sería posible que alguien de la Embajada, tal vez, un abogado, si es que está previsto en estos casos, pudiera venir?
-Discúlpeme Mr. Dane, pero no sé si le he comprendido. ¿Me está diciendo que su hijo está...bajo custodia policial de algún tipo?
-Si, eso es, creo que está detenido. ¿Puede mandar usted a un abogado?
-Por supuesto, Mr. Dane, voy a avisar a uno de los abogados que trabajan para la Embajada para que acuda inmediatamente. Ahora, por favor, dígame donde se encuentra exactamente o páseme con alguien con quien pueda hablar.
-Me lo han dicho, pero con lo preocupado que estoy se me ha olvidado, no domino todavía mucho los nombres en español, me temo, espere un segundo que le hablan...
-¿Si? ¿Es la Embajada Americana?
-Eh... no exactamente, mi nombre es David Caldwell, trabajo para la Embajada, ¿con quien hablo, por favor?
-Soy Javier Luengo, Inspector de la Brigada de Homicidios de la Comisaría de Moncloa. Verá, hemos detenido a un ciudadano norteamericano hace como una hora y, aunque podríamos hacerlo, no queremos iniciar los interrogatorios sin al menos alguien de su Embajada presente. Si puede ser un abogado, mejor, porque el abogado de oficio no va a saber inglés y el chico no parece saber suficiente español como para llevar este tipo de conversación. Además, parece ser menor de edad y las implicaciones legales pueden ser complicadas...
-Pero, entonces, Sr. Luengo, y ya le digo que enseguida mando un abogado de la Embajada para allá, ¿qué es lo que ha pasado?.
-Mire, en este momento no puedo decirle nada más, le paso con el padre de nuevo, que él se lo explique.
-¿Mr. Dane?
-Por favor, David, venga enseguida, me temo que estamos en una situación muy complicada.

Dennis Alberto, el abogado de guardia en la Embajada, había llegado instantes antes que yo y ya estaba esperándome en la puerta de las oficinas policiales del distrito de Moncloa. Se trataba de una persona con una dilatada experiencia de varios años en España atendiendo a ciudadanos norteamericanos en todo tipo de casos criminales, al que yo sólo conocía de lejos. Al teléfono, mientras veníamos cada uno en nuestro coche, había sonado preocupado. “Brigada de Homicidios son palabras mayores, David, ¿conoces al chico?”. Todavía no, pero estaba a punto de hacerlo. Y la experiencia iba a ser única.

La sala de espera de la Comisaría estaba prácticamente llena de gente. Mr. y Ms. Dane se levantaron como resortes de los asientos de plástico naranja en los que se hallaban nada más vernos entrar. Estaban más fuera de sitio que nadie que yo hubiera visto en toda mi vida. Ella tenía el maquillaje estragado por las lágrimas y él era un manojo de nervios al que le costaba hilar frases coherentes.

-Quédate tú con ellos, David, yo voy para adentro lo primero para ver al chico.
-Vale Dennis, gracias, infórmame de lo que sea, por favor.
-Descuida.
-¿Es el abogado?
-Si, Sr. Dane, quédese tranquilo, él se encargará de todo. ¿Por qué no nos sentamos y charlamos de lo que ha pasado con más calma?
-Calma es algo que no puedo ni siquiera concebir en este momento, David, pero vamos a sentarnos igualmente, y voy a contarte ordenadamente qué es lo que ha pasado. Verás, anoche, Todd y unos amigos, chicos y chicas todos norteamericanos, quedaron para salir por ahí, de fiesta como dicen aquí. El chico se fue en un taxi a eso de las 11 y media. A las 3 de la mañana, suena el teléfono y es Annette, una de las integrantes del grupo. Las chicas están solas. Me dice que hacía ya un buen rato, los chicos habían decidido salir del bar de copas en el que estaban para dirigirse a una zona cercana en la que al parecer se ejerce la prostitución. Me asegura que la única intención de los chicos era reírse de las personas que allí trabajan, que suelen ser además travestidos o transexuales. Yo me quedo naturalmente completamente alucinado, pero lo peor es que me cuenta que ellas les han seguido de lejos y han podido ver como una de estas personas, alrededor de la cual los chicos estaban, ya sabe, haciendo el imbécil, ha sacado un cuchillo. Dice que instantes después no han podido ver nada desde donde se encontraban porque se ha abierto un semáforo y han empezado a pasar coches, pero sí que han oído un grito, un grito desgarrador. Cuando de nuevo se podía ver el otro lado de la calle, esta persona que había sacado el cuchillo se encontraba en el suelo, bocabajo, inerte. Y los chicos habían desaparecido. Ellas, tras esto, han salido corriendo también. Una decisión estúpida, ya lo sé, se supone que tienen 16, 17, 18 años. Luego se han parado y han intentado contactar con ellos, pero ninguno de los chicos contestaba el teléfono móvil, y estaban, por supuesto, muy preocupadas. Annette, no se ha atrevido a llamar a sus padres y ha tomado la decisión de llamar al teléfono fijo de Todd, es decir, a nuestra casa. Poco a poco todos los chicos han ido contestando a las llamadas y se les ha podido localizar, simplemente estaban tan asustados que no oían el teléfono. Sólo Todd seguía sin cogerlo. Imagínese en que estado de nervios mi mujer y yo nos hemos llegado a poner en ese momento. Casi le puedo decir, que cuando nos ha llamado la policía y nos han dicho, con el escaso inglés que la gente habla por aquí, que Todd estaba detenido, ha sido un alivio. Luego, cuando nos hemos dado cuenta de cuál era la situación real, se nos ha venido el mundo encima.
-Entiendo Harry.

Mi primer impulso fue pasarle un brazo por la espalda a aquel hombre y tratar de encontrar unas palabras de consuelo o al menos de aliento. Pero yo mismo estaba demasiado  desconsolado y desalentado como para animar a nadie. Varios ciudadanos de mi país, para colmo algunos de ellos posiblemente menores de edad, parecían estar implicados en una, como mínimo agresión, si no algo peor, en un contexto que no podía ser más sórdido. En ese instante se me vino a la cabeza la posibilidad muy real de que esta situación generara una tormenta mediática de proporciones incalculables en una coyuntura política como la que se daba en aquel momento. No podíamos tener peor publicidad. Pero, a fin de cuentas, aquello no dejaba de ser el problema de otros, mi trabajo consistía en asistir a las personas y aquella pareja de compatriotas necesitaban de mí algo que les facilitara las cosas. Por otra parte, lo que Harry me había relatado no esclarecía totalmente la secuencia de acontecimientos. Es decir, ¿por qué habían detenido a Todd y a ninguno de los demás amigos? No parecía lógico que en una situación tan confusa como aquella, la policía hubiera deducido casi inmediatamente que el único culpable fuera, aparentemente, el hijo de los Dane. ¿Donde estaba el resto del grupo?

-Bien Harry, ¿qué es lo que os ha dicho exactamente la policía?
-Me temo que prácticamente nada. Supongo que la barrera idiomática no ayuda precisamente.
-¿Crees que ese Inspector Luengo accedería a hablar conmigo?
-Se ha mostrado muy amable en todo momento con nosotros, David-contestó Liza- lo malo es que no sé si vas a poder acceder a él ahora.
-Bueno, creo que es el momento de sacar esta tarjeta, mi identificación con barras, estrellas, águila y todo eso, y ver si consigo impresionar a alguien por aquí. Necesito ser útil en este momento.
-Yo voy contigo David, no puedo estar aquí sin hacer nada, no sé no hacer nada.

La tarjeta no impresionaba absolutamente a nadie, pero al menos un agente se comprometió a preguntar si era posible hablar con el Inspector si esperábamos un momento. Al parecer los interrogatorios ya habían empezado y Todd estaba siendo asistido por Alberto, con lo que por ese lado, todo estaba controlado. El Inspector accedería a hablar con nosotros en cuanto hubiera un receso, pero claro, no era posible saber cuando.

Así que no quedaba más remedio que esperar. Pero Harry estalló. Comenzó a gritar, afortunadamente utilizando un idioma distinto al de las personas a las que iban dirigidos sus insultos, y pensé que lo mejor era sacarlo de allí. No sé como le convencí o si en realidad le convencí, pero el caso es que conseguí dirigirle hacia la salida.

-Harry, debe usted tranquilizarse, piense que en estas situaciones a veces no queda más remedio que obedecer y esperar.
-Maldita sea, sólo quiero hablar con alguien que me explique... o hablar con él, hablar con él...
-Tiene que darse cuenta de que va a pasar todavía algo de tiempo hasta que pueda hablar con su hijo.
-Pero ¿y si le hacen algo? ¿cómo sé que no le están maltratando ahí dentro?

Por un momento tuve una sensación extraña. Ese comentario había herido mi orgullo. Estaba reaccionando como si fuera un español al que le estuvieran diciendo que su país es una república bananera, yo, que no era español. ¿O si lo era? Lo había sido sin ningún genero de dudas hasta los 12 años y hay quien dice que uno pertenece al territorio donde ha pasado su infancia. Pero la adolescencia, etapa clave de la vida de cualquiera, con el fin de recibir allí la formación media, la pasé en EEUU, en Maryland, en casa de la familia de mi padre. Al cumplir 18 me dieron a elegir, y decidí continuar viviendo allí para graduarme en leyes. Pero al terminar los estudios sufrí una especie de crisis personal (si no es demasiado pretencioso llamar así a las dudas vitales de alguien tan joven). La separación de mis padres me afectó, como no podía ser de otra manera, pero es que además no era capaz de encontrar mi camino, y decidí que quizá estuviera trazado aquí, en este país. Así que volví a Madrid y aproveché para graduarme en leyes españolas. Las cosas no me fueron mal por aquel entonces. Un despacho especializado en derecho internacional requirió de mis servicios. Allí conocí a Eleazar, con la que estuve saliendo, como dicen aquí, unos tres años. Pero al final nada se materializó, nada se sustanció, ni el trabajo ni el amor, y volví a los EEUU. El postgrado era una excusa.  Y ahora estoy haciendo lo mismo que me reprochaba Eleazar cuando discutíamos: hablar de mí mismo cuando no soy quien lo necesita. Así que decidí que no era el momento de sacar a colación mis dudas identitarias. Me tragué ese orgullo confuso y decidí empatizar con Harry Dane.

-Harry, hay un abogado del Departamento de Estado de los EEUU sentado con él, ¿cree que el permitiría que ocurriera algo así?
-Lo sé, lo sé, es la impotencia la que habla, David, debe usted disculparme.
-No tiene que disculparse, sólo intente tranquilizarse algo, si eso es posible. ¿En qué trabaja usted, Harry?
-Yo, bueno, yo soy consultor inmobiliario, o lo era hasta hace unos meses.
-Que casualidad
-¿Qué?

Estupenda oportunidad para tratar de absorber la atención de este hombre con el relato de lo que había sido mi labor de las últimas semanas. Cuando, ya más tranquilo y al manifestar preocupación por el estado de su esposa, decidimos volver adentro, todavía hubo que esperar otra media hora, que a todos se nos hizo eterna, para que al fin asomaran por una puerta de hoja doble con ventanas de ojo de buey, Dennis Alberto acompañado por otra persona. Se detuvieron para intercambiar unas palabras a la vez que nosotros nos levantábamos de golpe. Un claro gesto de la mano por parte de Alberto nos retuvo de pie sin que nos atreviéramos a avanzar hacia ellos. Finalmente, el acompañante de Alberto dio media vuelta y se alejó por otro pasillo hasta desaparecer. Alberto caminó hacia nosotros con expresión sombría.

-Me temo que no traigo buenas noticias. Ese era el Inspector Luengo, que está a cargo de la investigación.
-Por favor, díganos como está Todd
-Su hijo está bien, está tranquilo, no debe preocuparse. Al ser menor de edad ni siquiera le tienen en una celda. ¿Han hablado ustedes con los padres del resto del grupo?
-No desde hace algún tiempo.
-Bien, les diré lo que ocurre. Han detenido a los otros tres chicos. Los tienen en otra comisaría, porque les han localizado en otro distrito de la ciudad. Al parecer su hijo no fue detenido exactamente. Él mismo se entregó aquí.

Los Dane estaban como paralizados, Alberto no seguía hablando y me di cuenta de que si no hacía la pregunta inmediatamente nos íbamos a volver locos.

-Dennis, ¿de qué les acusan?
-A los otros chicos no les acusan formalmente de nada todavía.
-¿Y a Todd?
-Todd ha confesado un homicidio antes de que yo llegara.

CAPITULO 3: EL DEJA VU

Tarde algunos segundos en asimilar el significado de lo que Alberto acababa de decir. Después miré a los Dane. Ellos, a su vez, miraban al suelo. No decían nada, no preguntaban nada. Sólo miraban al suelo. En ese momento pensé, un poco irracionalmente, que aquella era la misma reacción que tendría el que recibe una mala noticia largamente esperada. Me parecía que, de algún modo, este no era más que el día en que los Dane estaban pasando por aquello que sabían que, tarde o temprano, tendrían que pasar. Pero enseguida me dije, bueno, es que llevan algunas horas sabiendo lo que ha ocurrido en realidad, su hijo ha sido detenido por la policía a causa de la muerte de alguien. Aún así, no entendía que no mostraran algo de, no sé, incredulidad, rabia, rebeldía. Algo como eso no se acepta así como así. Excepto que lo estés esperando, volví a pensar irracionalmente. Finalmente reaccionaron:

-Pero cómo...es decir...pero ¿cuál es la causa de la muerte de la víctima?, preguntó Liza Dane
-Por supuesto la policía está a la espera de los resultados de una autopsia, pero el informe de urgencias médicas indica que tenía una herida de arma blanca con afección en un pulmón y el corazón. Aunque han estado intentando reanimarle durante un tiempo, la herida era incompatible con la vida.
-Pero Todd no podía llevar ningún tipo de arma, ni mucho menos emplearla, es absurdo.
-La policía cree que el cuchillo utilizado es el mismo que, al parecer, la víctima mostró al grupo en un momento dado. Es muy frecuente que las personas que se dedican a la prostitución callejera vayan armadas con navajas o cualquier otro tipo de arma blanca, a veces son sprays de autodefensa, depende del grado y la frecuencia de las agresiones que hayan venido sufriendo. La policía cree que, de algún modo, los chicos le arrebataron el cuchillo y alguno de ellos, quizá Todd, quizá otro, se lo clavó. Escuchen, Mr. y Ms. Dane, sé que la situación es difícil y que su hijo está ahí dentro detenido acusado de algo muy grave, pero lo mejor que pueden hacer en este momento es irse a casa e intentar descansar. Me temo que no van a poder hablar con su hijo en varias horas, quizá ni siquiera hoy. No tendría ningún sentido que permanecieran aquí horas interminables sin que nada ocurriera. Yo voy a tenerles informados en todo momento de cualquier novedad, por mínima que sea, que se produzca, y les garantizo que todos los servicios de la Embajada Americana van a estar a su disposición y a la de su hijo.

Las palabras de Alberto tuvieron el efecto deseado y los Dane se dirigieron lentamente hacia la salida. Yo decidí que lo mejor que podía hacer era acompañarles y permanecer con ellos el tiempo que fuera necesario, pero Alberto, con un gesto enérgico agarrándome del brazo, me dijo que esperara, que quería hablar conmigo a solas. Así que una vez que ellos hubieron salido, nos sentamos en la, a esa hora en que las jornadas de los trabajos normales comienzan, prácticamente vacía sala de espera de la Comisaría.

-David, necesito comentarte un par de cosas. Lo primero, en cuanto terminemos esta conversación deberías ponerte en contacto con la oficina del Embajador y ponerles al día de todo lo ocurrido. Que envíen gente a la Comisaría del Distrito Centro, donde está el resto del grupo retenido. Y lo segundo, es que, a lo mejor esta gente no es trigo limpio.
-¿Qué quieres decir?
-Cuando Todd Dane ha venido aquí esta noche para entregarse y confesar un homicidio no llevaba encima el pasaporte. Es lo primero que la policía necesita para saber con quien está hablando, así que lo han aportado los padres cuando han llegado poco después. Mira, por ahí viene el Inspector, vamos a hablar con él.

Luengo era joven, o al menos lo parecía, porque, una cosa que siempre me había llamado la atención de los españoles era lo jóvenes que podían parecer hasta edades bastante avanzadas.

-Siento haberme tenido que ir antes, pero tenía algún asunto urgente que tratar. ¿Eres David...?
-Caldwell, sí, hemos hablado por teléfono a eso de las 6 y pico.
-Hablas un español perfecto.
-Bueno, es que soy de madre española, mi segundo apellido es Leiva.
-Ajá. Bien, David, ¿conoces a esta familia?
-Pues en realidad no, tan sólo estuvieron conmigo hace un par de meses en la Embajada haciendo las típicas preguntas que hacen todos los norteamericanos que vienen a quedarse en España. Pero, ¿qué pasa con ellos?
-Bueno, no es que pase nada con ellos, pero resulta que el pasaporte de su hijo es falso. Lo hemos enviado vía correo electrónico al FBI en cuanto lo hemos escaneado, para que nos informaran de si se correspondía con alguien fichado y nos han contestado diciendo que ese pasaporte no figura en la base de datos de exteriores de su país. Van a mandar un agente de allí para ver de que se trata, porque, claro, esto les ha mosqueado bastante. Así que, en cuanto los señores Dane han salido por esa puerta, un coche camuflado de la brigada se ha puesto en marcha detrás de ellos.
-Pero, no comprendo nada, ¿por qué iba a viajar con un pasaporte falso un chico de 17 años?
-David, en este momento no sabemos si tiene 17 o 27. Su físico, su cara, es la de un adolescente con esa edad, de eso no hay duda. Pero hay una enorme diferencia entre tener 17 o 18 años, sobre todo para un sospechoso de homicidio. Y, en este momento, no tenemos forma de averiguarlo. Eso, como te figurarás, nos crea un problema legal muy difícil, porque este chico, si hubiera demostrado fehacientemente esos 17, estaría ya en manos del juez de menores y no aquí en Comisaría. Tampoco le queremos meter en una celda, por si acaso. En fin, un buen follón. Bueno, encantado, tengo que irme.
-Gracias.

Mientras Alberto y Luengo se dirigían de nuevo hacia las dependencias internas de la Comisaría, me empezó a embargar la sensación de que toda esta historia me superaba. Pensé que era el momento de llamar a la Embajada, hacer lo que había dicho Alberto, y poner el asunto entero en manos de quien fuera el que tuviera que encargarse de un embrollo tan grande como éste. Así que saqué el móvil y me di cuenta en ese momento de que tenía varias llamadas perdidas procedentes de mi despacho. Tony había debido estar llamándome al no aparecer esta mañana por la Embajada. Había estado tan absorbido que no había sentido el móvil en ningún momento. Me di cuenta, con un pinchazo en el estómago, de que estaba haciendo las cosas fatal, de que una situación como la que se estaba produciendo no hacía más que desvelar mi falta de preparación para desempeñar las responsabilidades que se me habían encomendado. Joder, estaba invocando a todos mis viejos fantasmas de la inseguridad como si aquello fuera un fucking aquelarre. Me tomé un segundo, respiré profundamente y devolví la primera llamada de la lista, de hacía 15 minutos.

-¿Tony? Soy David
-David, ¿se te han pegado las sábanas o algo así?
-No, escucha, tenemos un buen problema aquí. Hay varios compatriotas detenidos en relación con un caso de posible homicidio. Necesito que alguien de la embajada se ocupe de visitar la Comisaría de Policía del Distrito Centro, para interesarse por el estado de tres chicos y sus respectivos padres.
-Oh, ¿pero tú donde estás?
-Estoy en otra Comisaría con Dennis Alberto. Tony esto es largo de explicar y tengo que poner al día a alguien de la oficina del Embajador. Mejor pásame con Frank.
-Enseguida...Vaya, comunica David. En cuanto cuelgue le aviso para que te llame, ¿de acuerdo?
-De acuerdo. Todavía no he decidido si sigo aquí o me voy al despacho, así que si tengo visitas, mejor aplázamelas, por favor.
-Muy bien.

Frank Lasheras era, interinamente, el Agregado para Asuntos Consulares, ya que el verdadero titular del puesto, John Berger, estaba intentando curarse de un cáncer de médula en el famoso Hospital Central de Houston, Tejas, desde hacía algunos meses. Así que no había conocido otro jefe. Frank, un chicano simpático y vividor, que siempre hablaba conmigo en español, simplemente, estaba tan desbordado por haber tenido que asumir bruscamente el puesto de John, que a veces parecía no saber quien era yo cuando entraba en su despacho para consultarle cualquier asunto, aunque siempre había resuelto las dudas y problemas de un recién llegado como yo de forma más que satisfactoria y, dado que hasta el momento yo no había tenido que hablar de nada serio con nadie de la oficina del Embajador, y por supuesto, menos con el Embajador mismo, y por tanto, no estaba dispuesto a que este complicado asunto fuera lo que rompiera el hielo con esas personas, esperaba fervientemente que Frank lo hiciera también en esta situación. Así que me dispuse a esperar esa llamada, convencido de que mi papel en esta historia estaba a punto de acabar, cuando Dennis Alberto volvió a salir por la puerta, esta vez sólo.

-David, el Comisario, dada mi oposición a que el chico siga aquí indefinidamente, ha decidido que se traslade a Todd ante el juez de guardia, para que él decida lo que hacer. No es el juez de menores, así que van a necesitar que alguien de la Embajada esté con él en todo momento como un testigo que garantice de que no se viola ninguno de sus derechos como posible menor hasta que el juzgado encargue una prueba pericial de edad para determinarla oficialmente.
-Pero, Dennis, estoy a la espera de que me llame Frank para poner este asunto en sus manos y...
-No hay tiempo para eso. En cinco minutos salimos para allá el chico, Luengo, tu y yo.

Sin más explicaciones, sin tiempo suficiente para hacerme a la idea de la nueva situación, en bastante menos de esos cinco minutos, un agente nos trasladó al pequeño garaje anexo a la Comisaría donde nos detuvimos al lado de un monovolumen negro. A la espera de que llegara el resto de la expedición, el policía se había colocado al volante y nos había indicado que nos sentáramos en la parte trasera. Luengo y, detrás de él, un joven rubio, alto y fuerte acompañado por otro agente se acercaban al coche desde una puerta distinta a la que nosotros habíamos utilizado para entrar en el garaje. Los tres se acomodaron en los asientos que habíamos dejado libres, Todd Dane frente a mí, entre Luengo y el agente que, al parecer, le custodiaba más de cerca. Nada más verle tuve  una sensación fortísima de “deja vu”.

 De nuevo estoy en Maryland y tengo 17 años. Teddy Dawson, uno de los miembros de mi pandilla, un tío rubio, alto y fuerte, enciende un cigarrillo de marihuana y me lo da. Es la primera vez que voy a fumar maría. Estamos en el parque, junto con el resto de la gente después de las clases. La sensación se va. Pero el recuerdo permanece. No es un “deja vu”. La persona que tengo delante es la viva imagen de ese Teddy Dawson, alguien que existió hace unos doce años.

En un instante posterior, todavía envuelto en una sensación de irrealidad, me di cuenta de que todos me estaban mirando, menos él, que, lentamente, levantaba la cabeza como el que se apunta desganadamente a hacer algo porque todo el mundo lo hace.

-¿No vas a contestar el teléfono?, dijo Dennis Alberto

Salí de mi ensoñación bruscamente para comprender que mi móvil debía de haber estado sonando durante un buen rato. Era Frank Lasheras devolviéndome la llamada anterior. El coche ya había arrancado y estábamos en la calle.

-Si, Frank, te escucho
-David, Tony me ha informado de tu llamada. Precisamente comunicaba porque acabo de hablar con Lawrence de la oficina del Embajador acerca de este tema. No te preocupes, han hablado con los padres de uno de los chicos detenidos y están al tanto de todo. Al parecer la gente que está en la Comisaría de la calle Leganitos ya tienen abogados propios. Sólo uno de los detenidos, un tal John Probolowsky, es mayor de edad y sigue allí, los otros dos están de camino a su casa con orden de presentarse mañana a primera hora ante un juez. Oye, pero, ¿tú sabes exactamente de que carajo se le acusa a ese Todd Dane?

La experiencia anterior me había afectado. No me veía capaz de contestar a Frank, no con él delante. Así que le dije algo así como: “no te lo puedo decir, está aún por determinar” y quedé en llamarle en cuanto tuviera alguna novedad.

Es difícil viajar en un coche contra el sentido de la marcha con alguien colocado en frente de ti cuya mirada quieres evitar. Mirar por la ventanilla es un gesto forzado cuando se hace obsesivamente. Con Luengo mostrándose hermético, y por supuesto, los policías tan callados como parece profesionalmente lógico que deban estar, no hay nada de que hablar con nadie. Así que, agotadas las preguntas (¿dónde vamos exactamente?, ¿cuánto tiempo estaremos allí? y ¿qué pasará después?), todas ellas contestadas diligentemente por Alberto (vamos a Plaza de Castilla al juez de guardia, por lo menos hasta que el juez tome las medidas que determine, depende de cuales sean esas medidas), la situación era, por decirlo suavemente, francamente incómoda. El viaje se alargaba por el efecto del tráfico denso de primera hora de la mañana. En un momento dado el conductor preguntó: ¿ponemos la noria? a lo que Luengo contestó “ponla” y al momento de sonar la sirena fue como si hubiera retornado de golpe toda la seriedad real de la situación en la que nos encontrábamos. 

CAPÍTULO 4: IRREALIDAD EN LOS JUZGADOS

Entramos a los juzgados de Plaza de Castilla por un garaje habilitado para los vehículos policiales. Todos los integrantes de la expedición nos bajamos al lado de la puerta metálica que daba acceso a las escaleras, pero al traspasarla, el chico, Alberto y Luengo con un policía se dirigieron hacia abajo, mientras que el otro agente me indicaba amablemente que subiera con él hacia la planta principal del edificio. Un gesto afirmativo de Alberto, y la necesidad de librarme de la extraña sensación que me dominaba en presencia de Todd-Teddy, me impulsaron a no poner ninguna objeción y seguir adelante. ¿Hacia donde se dirigen?, tienen que efectuar algunas diligencias previas antes de que suba a ver al juez.

¿Qué carajo me estaba pasando? No hacía más que temblar subiendo las escaleras, me agarraba al pasamanos como si fuera una tabla de salvación. Estaba harto de ser tan débil, tan inseguro... Tenía que tranquilizarme como fuera. Había dejado de fumar hacía 6 años, con una recaída de unos meses cuando rompí con Eleazar y lo que, pensaba hasta ese momento, había sido el abandono definitivo de los condenados cigarrillos desde entonces. Era una de las pocas cosas de las que me sentía orgulloso, de las que presumía ante amigos fumadores deseosos de dejarlo, que no podían hablar del tema sin encenderse un pitillo. Bien, pues ahí estaba yo comprando un paquete de Winston´s en la máquina de la cafetería situada en el vestíbulo de los juzgados, pidiendo fuego a una señorita vestida con traje chaqueta que conversaba con alguien mientras manchaba de carmín una taza de café y exhalando humo, sin que, al contrario de lo que uno pudiera esperar, me diera por toser o me lloraran los ojos ni exhibiera ningún síntoma de llevar sin fumar esos años. Tan sólo un resto de mareo al inhalar el humo delataba mi condición teórica de ex-fumador consolidado.

La luz casi tropical de la mañana atravesaba el vestíbulo y penetraba por los cristales que lo separaban de la cafetería, haciendo aún más visibles las volutas culpables que me envolvían allí dentro. Un grupo de gente penetró en el local y eso me hizo girarme en esa dirección. Y este fue el momento en que, de repente, todo pasó a estar fuera de control. Cuando suceden cosas increíbles, cosas que no debían suceder, el tiempo no se detiene y ni siquiera transcurre más despacio. No hay cámaras lentas ni música inquietante ni pupilas dilatadas ni bocas abiertas. Las cosas increíbles suceden en confusión con los acontecimientos lógicos. Se hacen increíbles una vez procesadas, mucho después. Sólo hay ruido de un bar, humo, un vestíbulo lleno de luz solar atenuada, gente moviéndose y gente detenida, y Todd Dane, que en medio del vestíbulo también se mueve y se detiene, pero la cualidad de su movimiento es extraña: gira el cuerpo 90 grados y avanza rápidamente unos metros, vuelve a girarse en sentido contrario y vuelve a avanzar. No va directo hacia la puerta, hay algo que parece impedírselo, subjetivo u objetivo. Le duele la mano izquierda, se la envuelve con la palma de la otra y al hacerlo frunce el ceño. Nadie le mira, sólo yo. Y me ve. Ahora sí se gira decididamente hacia la puerta. El policía situado en la parte interna de la salida parece estar recibiendo instrucciones por walkie-talkie y levanta la cabeza bruscamente en un claro gesto de alerta. Se miran. Por un instante ninguno de los dos sabe qué hacer. Todd Dane sí, finalmente. Arremete de costado contra el policía y le expele violentamente contra la puerta de cristal. El policía cae con movimientos  llenos de una energía que no le pertenece. Dane abre la puerta y corre. Un guarda jurado y otro agente, que desenfunda la pistola, salen detrás de él. Ya no le veo. Oigo disparos. Aún hay gente aquí dentro que sigue charlando como si no hubiera pasado nada.

Parte de las personas que permanecían en el vestíbulo parecen tener la intención de salir a la calle para ver lo que ocurre, pero un guardia jurado se lo impide enérgicamente. Los que estamos en la cafetería salimos al vestíbulo. El policía derribado está ahora de pie aunque inclinado hacia adelante y con las palmas de las manos apoyadas en los muslos mientras varias personas se interesan por él. ¿Dónde están Luengo y los policías que venían en el coche? ¿Dónde está Dennis Alberto?. A mi lado está la mujer que me ha dado fuego hace un instante. Y a su lado, distinta pero, indiscutiblemente ella, igual de guapa, incluso puede que más esbelta, aunque quizá sea porque la ropa elegante que lleva puesta le estiliza el cuerpo, está, allí, Eleazar, mi ex-novia.

Se oyen sirenas de policía. Tengo el cerebro tan lleno de información que no soy capaz de tomar decisiones sencillas tales como si pestañear ahora o más tarde. Eleazar se ha girado a su derecha y me ha reconocido, porque se le abren los ojos y se le ponen redondos. Hace un gesto con las palmas de la mano hacia arriba como diciendo ¿tú sabes lo qué pasa?, posponiendo, por tanto, la sorpresa o cualquiera que fuese la sensación repentina que verme allí le tendría que causar, como si, automáticamente o quizá inconscientemente, ella sí hubiera establecido un orden jerárquico a la hora de manejar la avalancha simultánea de datos. Quiero devolverle el gesto, pero el móvil empieza a sonar. Creo que es el número de Dennis Alberto, y cuando voy contestar le veo aparecer en persona, completamente pálido, por la puerta que comunica con las plantas inferiores y decido no hacerlo (primera decisión consciente que tomo en varios minutos) e ir hacia él al mismo tiempo que extiendo el brazo en dirección a Eleazar para indicarle que me perdone por el momento.

-David, estás aquí
-¿Pero qué ha pasado?, ¿se ha escapado?
-¿No le han cogido aquí?
-No...no lo sé, ha salido por la puerta y no sé lo que haya pasado después, ¿qué ha sucedido ahí abajo?
-Él le ha cogido la pistola a un policía y, aunque el agente se ha dado cuenta y se lo ha tratado de impedir, se ha hecho con ella. Parece muy fuerte, David. Luego nos ha apuntado, y sin decir nada ha salido corriendo hacia arriba por la escalera. Los policías le han perseguido, pero primero han pensado que había salido por la planta superior del garaje y cuando han comprendido que había seguido subiendo hasta aquí han avisado por radio a los agentes de la puerta. Después se han montado en el coche a toda prisa y han vuelto a salir. El inspector estaba hecho una furia.
-¿Qué crees que debemos hacer ahora?
-No lo sé, francamente. Nunca había pasado por una situación así con un detenido. Lo mejor será que esperemos aquí hasta enterarnos de si lo han vuelto a coger, supongo. En todo caso voy a pedir instrucciones a la Embajada.
-De acuerdo Dennis. Discúlpame un segundo tengo que saludar a una persona que me acabo de encontrar.

Me encaminé de nuevo hacia la puerta de la cafetería donde permanecía Eleazar con la mirada fija en mi, mientras hablaba con alguien que resultó ser la mujer que me acababa de dar fuego dentro. Me presentó como un amigo, pero algún conocimiento o alguna intuición debía tener su compañera de quien era yo, porque enseguida se apartó y nos dejó solos.

-¿Desde cuando llevas en España?
-Unos meses, no mucho tiempo en realidad
-Qué extraño encontrarnos aquí. Dejé el despacho ¿sabes?. Ahora estoy llevando casos penales. Nieves es mi jefa. Estamos aquí por un asunto de estafa. ¿Y tú?
-Trabajo para la embajada. Iba acompañando a un ciudadano norteamericano detenido. O que estaba detenido, en realidad es el tipo que ha arremetido contra el policía de la puerta.
-Vaya, qué interesante.

En ese momento se acerca Nieves y le dice a Eleazar algo que el ruido del vestíbulo me impide escuchar, pero que intuyo es un permiso implícito para seguir hablando conmigo mientras ella se encarga de las gestiones para las que ambas se encuentran allí esa mañana. Se ve que se llevan bien. Eleazar suele caer bien a todo el mundo, tiene un don natural. Las personas como ella han conseguido comportarse frente los demás en el entorno en el que se mueven de tal forma que no trascienda ninguno de sus inexorables defectos humanos a la superficie, de esto me he dado cuenta mucho tiempo después. Pero el precio que pagan es que tienen que decepcionar por fuerza a los que las conocen de manera íntima, porque el contraste es, a veces, intolerable. Volvemos a la cafetería y nos sentamos en una de las mesas pegadas al vestíbulo. Mientras nos traían dos cafés, la observo detenidamente por primera vez y experimento una sensación física de deseo tan brutal, que por un momento parece que se me va a dar una especie de ataque. Apoyo los codos en la mesa y me froto los ojos para disimular el temblor y tratar de transmitir simplemente una imagen de cansancio.

-Perdona, es que llevo una mañana increíble, todo este asunto es de locos.
-¿Desde cuando has vuelto a fumar?
-Desde hoy
-No te creo

Su risa. Son demasiadas emociones juntas, me siento realmente mareado. Le pido perdón y me levanto para ir al servicio. Justo antes de entrar vuelve a sonar mi móvil. Esta vez es mi madre. No pienso en nada, sólo le doy al botón para descolgar.

-¿David? Escucha, ha ocurrido algo. Tengo que salir de Japón inmediatamente. Necesito volver a casa y no puedo contar con Larry en este momento. ¿Crees que te sería posible gestionarme desde allí un billete para el primer vuelo a Nueva York?

CAPITULO 5: WHERE IS THE BOY?

La luz del servicio no funcionaba, así que me eché agua sobre la cara casi completamente a ciegas. Me tomé un momento antes de llamar a Tony para ponerle al día sobre lo que estaba pasando y, sobre todo, con el fin de que me hiciera la gestión del avión para mi madre. Cuando creí haber atenuado lo suficiente mi estado de nervios, marqué el número.

-Déjamelo a mi, David, se lo saco a través de la Embajada de allí, no hay problema. Aquí ya saben lo del chico y se ha armado un lío importante. Trevijano debe estar bastante nervioso, se oyen los gritos desde este despacho. Además, desde hace un rato pululan por el edificio un par de tipos que tienen toda la pinta de ser CIA o FBI, y que me han preguntado por ti. Parece que es importante para ellos hablar contigo, así que me han dejado una tarjeta con el ruego de que les llames tan pronto como puedas. No te preocupes, les he dicho que estabas haciendo algo especial para el embajador, ese señor al que se le oía gritar en ese momento “Where the hell is the damn fucked boy“ y se han mostrado comprensivos. Y por ahora hoy no has tenido clientela. Dios aprieta pero no ahoga.

Le agradecí torpemente a Tony su eficacia y me dispuse a volver a la mesa para seguir charlando con Eleazar. Respiré hondo y salí del servicio. Pero la mesa estaba vacía, su taza de café a medias y a su lado unas monedas. En una servilleta había escrito “Lo siento David, el deber me llama. Pégame un toque cuando puedas o quieras. Un beso” y su número de móvil. Decidí sentarme, tomarme el café, esperar y, sobre todo, poner mi cabeza en orden.

Todd Dane, un adolescente de, al parecer, 17 años, es detenido por el homicidio de una mujer o quizá un transexual ejerciendo la prostitución, en el contexto de una noche de copas, probablemente demasiadas, y quizá de algo más. El chico no es, en realidad, ese tal Todd Dane, estoy extraña pero completamente seguro, sino Teddy Dawson, aquel chaval que iba con nosotros al instituto y que conocimos en el último curso, patentemente mucho más espabilado que el resto de la gente de su edad, que fumaba y vendía marihuana y que parecía haberse tirado a absolutamente todas las chicas que salían en la conversación. Hablaba de ellas de forma personalizada, en realidad con desprecio (lo que le hacía creíble), a esta le gusta esto, esa grita como si la estuvieran matando, aquella me propuso un trío… Incluso insinuaba haber tenido relaciones con mujeres adultas, incluida alguna de las profesoras que eran objeto de mitificación sexual en el instituto. Nos tenía completamente fascinados, alguien así sólo podía acabar siendo el líder de una pandilla de adolescentes de quiero y no puedo como nosotros. Su sabiduría, que parecía nacer de una experiencia difusa cuyo origen nunca estuvo claro, puesto que contestaba a nuestras preguntas con explicaciones vagas que sólo contribuían a aumentar su leyenda, abarcaba muchas más cosas que las chicas. Parecía haberse leído todos los libros, haber visto todas las películas, incluso conocer tantas partes del país, que era físicamente imposible haberlo hecho todo eso en una sola vida. Llegábamos siempre a la conclusión de que mentía. Pero lo hacía tan bien que casi no nos importaba que nos engañara con tal de que siguiera hablando. Siempre se movía sólo, sus padres no tenían presencia en nada que abarcara nuestro medio, por lo que nunca les conocimos. Era todo un fenómeno, sin duda, el protagonista de aquel año, el centro de atención. Y, de repente, antes de acabar el curso, desapareció. Dejó de ir a las clases, dejó de aparecer por los sitios habituales y sólo, meses después, supimos a través de los padres de una de esas chicas, con la que se supone que estaba saliendo, que su familia se había trasladado a otro Estado por motivos de trabajo. Entonces, la cuestión era ¿qué hacía una persona de 12 años atrás intacta 12 años después y además en otro país?. Era evidente que me estaba equivocando, que todo debía ser producto del estado emocional alterado propiciado por las circunstancias, pero ¿por qué, aún así, estaba tan seguro de que era él?. En realidad no lo sabía. En ese momento supuse que tendría oportunidad de aclararlo todo hablando con sus padres o quizá con él mismo.

Después estaba lo de mi madre. Desde la separación, y tras un breve periodo viviendo sola en Nueva York durante el que comenzó una relación con Larry Bowman, que había sido amigo de la familia toda la vida y del que nunca nadie hubiera imaginado que pudiera estar interesado en mi madre, aunque después mi padre empezara a atar cabos, con razón o sin ella (mi madre le acusaba de paranoia retroactiva) y se convenciera de que la relación habría empezado en realidad mucho antes, ella y Larry se habían ido de EE.UU. juntos, al ritmo que marcaba el trabajo de él como representante en el exterior de una multinacional, hasta acabar en Japón, donde llevaban un par de años establecidos. Hasta ahora todo parecía haber ido bien entre ellos. Pero la repentina llamada de mi madre, que había contestado a mis lógicas preguntas con un escueto “Ya hablaremos. De momento, por favor, David, limítate a hacer lo que te digo”, sonaba a problemas, a problemas graves. Se me pasó por la imaginación llamar a mi padre, pero enseguida pensé ¿para qué preocuparle?. Porque mi padre seguía preocupado por mi madre, para él puede que existiera una separación física, pero eso no quería decir que lo fuera mental. Seguía queriendo a mi madre y, a medida que se iba haciendo cada vez más viejo, proceso en el que últimamente cualquiera que le conociera mínimamente notaría una cierta aceleración, ese sentimiento se estaba agravando. Mi padre parecía vivir del recuerdo de mi madre, y llamarle ahora para comunicarle lo que tenía toda la pinta de ser el fin de la relación de ella con Larry, ese “maldito traidor hijo de puta”, según sus propias palabras, podía infundirle unas esperanzas que yo no estaba dispuesto a causar para ver como después se desvanecían, de eso estaba seguro, proporcionándole un golpe que para él sería duro y quizá definitivo. Porque si algo tenía claro acerca de ellos era que mi madre nunca volvería con él. El motivo se me escapaba. Aquella era una pregunta que nunca me había atrevido a hacer a ninguno de los dos. Hay respuestas que pueden hacer mucho daño, y yo no estaba preparado para ese dolor todavía. Quizá más adelante.

Y, por último, estaba Eleazar. Pero me di cuenta de que no podía, o quizá no quería racionalizar mi encuentro con ella. Quería quedarme sólo con las sensaciones que me había provocado y no me apetecía analizarlas. Quería que se quedaran en mi memoria como una salida por la que escapar del resto de los problemas que se acumulaban implacables en mi cabeza y que sí requerían reflexión. Decidí que no iba a pensar detenidamente acerca de si me convenía llamarla. Lo haría o no, pero lo haría sin saber lo que estaba haciendo.

Bien, las cosas parecían ahora algo más ordenadas en mi cabeza. Me notaba más tranquilo, más capacitado para seguir afrontando lo que fuera que ese día extraño y denso me tuviera preparado antes de que acabara, para lo que aún faltaban muchas horas, puesto que, por primera vez en mucho tiempo, miraba el reloj con consciencia de lo que estaba haciendo y comprobé que eran las 11. Decidí llamar a Alberto en busca de novedades, antes de decidir lo que hacer.

-Se les ha escapado, David. Les ha apuntado con el arma, e incluso ha llegado a disparar, sin dar a nadie, afortunadamente. Pero se ha escabullido. Creen que se ha metido en el metro, pero también podría haber parado un coche a punta de pistola. Dice Luengo que nos mantendrán informados. De momento siguen vigilando la casa donde viven sus padres, por si se le ocurriera volver allí. Si quieres mi opinión, apostaría a que el chico no es tan tonto como para eso.
-Pero tampoco debe tener muchos sitios a donde ir ¿no?, es nuevo en esta ciudad.
-Si, y además no te olvides de que es un tipo con pinta de extranjero, alto y rubio, fácilmente identificable. Me imagino que, en todo caso, habrán dado orden de vigilar el aeropuerto y las estaciones de tren y autobuses.
-Y nosotros, ¿qué hacemos mientras tanto, Dennis?
-He hablado con la oficina del embajador y nos quieren allí, David. Estaba a punto de llamarte para decírtelo. Aunque te parezca increíble, un par de periodistas ya saben algo del asunto y han llamado a la Embajada. Trevijano está que muerde, un día como hoy, imagínate, con una manifestación contra la guerra en Irak convocada esta tarde en frente del edificio. Así que, si quieres mi consejo, cógete un taxi y dirígete a toda velocidad a Serrano 75 para informar al embajador de todo aquello que se le ocurra preguntar.

Así que haciendo caso a Alberto paré un taxi a la salida de los juzgados. El conductor no paraba de hablar pero yo, al oír en la radio las palabras “tiroteo en la Plaza de Castilla“, dejé de escucharle y presté la máxima atención a la emisora. Sabían que un detenido que se preparaba para ver al juez había huido disparando. De momento eso era todo. Pero cuando realmente me quedé de piedra fue cuando al pasar a otras noticias comentaron que aquella madrugada había sido asesinado con un arma blanca el ciudadano norteamericano Alvin Clement Richardson, de 40 años de edad en el Parque del Oeste de Madrid, en una zona conocida por ser frecuentada por personas que ejercen la prostitución. Quizá fuera una simple coincidencia, pero desde aquel mismo momento tuve la corazonada de que no lo era, incluso antes de formular coherentemente el asombroso pensamiento de que Alvin C. Richardson era el nombre del camello que nos vendía, o más bien, le vendía la marihuana a Teddy Dawson en 1991 en Hampstead, Maryland.

CAPITULO 6: EL VERDADERO TODD DANE

No tengo recuerdo del momento de salir del taxi y entrar a la Embajada. Debí de pensar, o quizá lo hice inconscientemente, que era mejor pasarme primero por mi despacho y preguntarle a Tony si había alguna novedad, porque allí estaba un momento después delante de ella. Mi cara debía reflejar mi estado de estupefacción, porque Tony preguntó que qué me pasaba nada más verme.

-Nada, es sólo que acabo de oír en la radio lo del tiroteo. Es increíble a la velocidad que circulan las noticias hoy día.
-Es fácil que hubiera periodistas en los juzgados. Simplemente habrán llamado a sus medios en cuanto han visto lo que han visto. David, quería confirmarte que tú madre y su acompañante están de camino al aeropuerto de Tokio para coger un vuelo directo a Nueva York que sale en un par de horas.
-¿Su acompañante?
-Si, me ha pedido dos billetes.
-Ya veo. Gracias Tony, hoy es un día que necesito tu ayuda en serio.
-De nada, pero como no subas inmediatamente al despacho de Trevijano, es posible que ya no tenga oportunidad de ofrecértela nunca más, David.
-Oh sí, voy para arriba. Oye, sólo dime, ¿qué ha pasado con los tipos aquellos que preguntaban por mí?
-¿Los hombres de negro? Creo que están arriba. Es muy posible que ya esté todo el mundo arriba esperándote.

Decidí, mientras subía las escaleras que separaban mi planta de la del despacho del embajador, que lo mejor sería poner la mente en blanco y dejar que las cosas siguieran el curso que tuvieran que seguir. Así que aplacé el ejercicio mental al que me obligaba la información que conocía (que, probablemente, yo sólo, además de Teddy Dawson, conocía, me di cuenta con un pinchazo en el estómago), respiré hondo, recibí un gesto mudo de aprobación por parte de la secretaria de Trevijano que estaba atendiendo al telefóno y llamé a la gran puerta de madera de hoja doble que daba entrada al mejor despacho del edificio. Se oían voces dentro, pero nadie parecía molestarse en contestar a mi llamada, así que empujé la puerta y entré.

-Ah, Caldwell, pasé y siéntese-dijo Trevijano, el único que estaba de pie en una habitación en la que en un primer vistazo identifiqué a Dennis Alberto, a Frank LasHeras, a Mike Worden, el agregado de seguridad, alguien cuya presencia allí significaba que algo grave podía estar sucediendo y a dos tipos que no conocía y que me figuré serían los que me había mencionado Tony. Todos ellos se sentaban alrededor de la mesa de reuniones y su gesto era serio y concentrado. Me senté en uno de los tres asientos que quedaban libres.

-Gracias, perdonen el retraso.
-Tengo entendido que viene usted directamente de los juzgados…
-Así es, señor embajador
-¿Sería tan amable de contarnos su versión de los hechos para que puedan oírla de su boca los señores…
-Duncan y Morris.
-…que al parecer tienen especial interés en ello.

Con lo que pasé a relatar todos los acontecimientos de la mañana incluyendo lo que había oído en la radio acerca del tiroteo, y omitiendo, por supuesto, todos los deja vu, corazonadas, coincidencias y hechos aparentemente sobrenaturales que habrían convertido mi relato en el cuento de un loco.

-Bien, coincide usted básicamente con lo que Dennis ha contado hace un minuto, pero seguro que estos señores, agentes del Gobierno Federal, querrán hacerle las mismas preguntas que ya ha contestado él, así que, ¿le importa permanecer con nosotros algo más de tiempo señor Caldwell?
-Por supuesto-contesté no sin percibir el tono irónico de Trevijano que probablemente estuviera sintiendo que su autoridad estaba siendo de algún modo cuestionada por la presencia de los agentes, los cuales, en todo caso, se giraron hacia mi sin atisbo ninguno de sentirse ofendidos.

-Señor Caldwell, soy el agente Duncan del FBI. ¿Puede por favor fijar su atención en esta foto durante unos instantes?-dijo mientras me alargaba una impresión a color de una fotografía a tamaño Din A4. La calidad de la imagen era un tanto pobre, pero era sencillo comprobar que se trataba de Teddy Dawson de frente sosteniendo un número de ficha policial.
-Es Todd Dane.
-¿Está usted seguro?
-No me cabe duda. Es él
-Ahora señor Caldwell-interrumpió Trevijano- prepárese porque vamos a jugar a los imposibles.
-Con su permiso, señor embajador, me gustaría continuar-a lo que Trevijano contestó con un leve alzamiento de su mano.
-Bien, usted, igual que ha hecho hace un momento el señor Alberto, no tiene duda de que esta foto pertenece al señor Dane. Pero, fíjese bien, señor Caldwell, y conteste a la pregunta que le voy a formular pensando despacio la respuesta, ¿de acuerdo?.
-De acuerdo.
-¿Diría usted que han transcurrido casi 40 años entre el momento en que fue tomada la foto que le acabo de mostrar y el día de hoy?

Me quedé paralizado. Sólo me miraban Trevijano y los dos agentes. Pensé por un momento, ¿y si les decía la verdad?. Estaba claro que ahora no sería el cuento de un loco. Pero me sentí incapaz. Incluso siendo la verdad, para contar algo así en ese contexto hay que tener una fuerza de la que yo carecía en ese momento. Así que opté por lo fácil.

-Pero eso no es posible, ¿cuándo fue tomada esa foto?
-Se trata de la foto para la ficha policial de un tal Thomas Dean, arrestado por posesión de estupefacientes el 8 de marzo de 1964 en Richmond, Virginia.
-No lo entiendo.
-Y aquí puede ver esta otra, también de una detención, esta vez tomada en 1977 en el condado de Bucks, Pennsylvania. O esta otra de 1984, esta vez al otro lado del país, en la ciudad de Seattle. Son sólo el resultado de una búsqueda no demasiado exhaustiva a partir de la información que ayer, alrededor de las 11 de la noche, hora de Washington DC, recibimos de la policía española.

Eran la misma persona, puede que con distinto corte de pelo, diferente ropa o incluso diferente nombre. Pero todas representaban al mismo chico adolescente rubio, alto y ancho, de barbilla y nariz anchas, ojos claros y más bien hundidos y pelo rizado. Podían ser de distintos años, pero eso, desde luego, no se reflejaba en él. Noté que Alberto me miraba, pero al posar mis ojos en él, bajó la vista.

-Bien, señor Caldwell, no ha contestado usted a la pregunta: ¿cree posible que haya transcurrido esa cantidad de tiempo?
-No, no lo creo, evidentemente no es posible. Sin embargo, tengo que decir que el parecido es asombroso. Supongo que todo se trata de una confusión, una coincidencia casi imposible, pero no podemos estar hablando de la misma persona en ninguno de los casos de que disponen ustedes.
-Sin embargo, tenemos pruebas irrefutables de que sí es la misma persona. Junto con el pasaporte, la policía española nos ha enviado la huella dactilar de Todd Dane. Un simple cotejo nos ha confirmado que en todos los casos que le hemos citado se trata del mismo dedo.

Vacilé unos instantes. Algo flotaba en el ambiente. Quiero decir algo más que la confirmación de algo imposible, de algo extraño y antinatural. Era algo que tenía que ver conmigo. Sentía que aquellos tipos eran conscientes del conocimiento directo que yo tenía del asunto, pero no podía entender cómo.

-Señor Caldwell -ahora hablaba el otro agente, Morris, y quizá fuera mi percepción subjetiva, pero su tono era menos amistoso- el señor Alberto nos ha contado como le llamó la atención el hecho de que usted sufriera una especie de parálisis repentina… espere un momento, lo tengo aquí anotado… una ausencia es el término que ha empleado exactamente, cuando se encontró con Todd Dane, por primera vez, en el coche en el que la policía les trasladaban a los juzgados.
-Yo -irrumpió Alberto- sólo he dicho que daba la sensación de que lo miraba como si ya lo conociera, pero puedo estar completamente equivocado. Lo siento David, no sabía que fuéramos a llegar a esta especie de interrogatorio. En todo caso no creo que tengas que contestar si no quieres.
-Por supuesto que no. No estamos en el marco de ningún procedimiento formal, todavía. Pero no veo cuál podría ser el motivo de negarse a colaborar con unas indagaciones previas del FBI en relación con un sospechoso de asesinato-terció el agente.
-No entiendo que tiene que ver el FBI con un posible asesinato cometido en Madrid -dije, un poco para ganar tiempo y así pensar que iba a inventarme respecto al maldito deja vu.
-No, no lo entiende usted, señor Caldwell. El ahora conocido como Todd Dane es sospechoso de haber causado la muerte de al menos dos personas en EE.UU. en los últimos cuatro años. Y puede que sean más, estamos investigando varios casos abiertos.

CAPITULO 7: ¿EXPEDIENTE X?

Sí, ahora comprendía. Veía clara la razón por la cual estaban allí dos agentes del FBI. Pero una claridad de distinta naturaleza se abrió paso desde lo más profundo de los recuerdos recientemente almacenados que tenía de esa mañana salvaje. Experimenté la sensación a la vez gratificante y terrorífica de leer de la manera adecuada las reacciones totalmente inesperadas que los Dane habían manifestado en el momento mismo de conocer que su hijo estaba detenido acusado de homicidio. No se habían sorprendido, tan sólo habían dejado que trascendiera al exterior el reflejo en sus reacciones del paso de un grado de preocupación a otro algo mayor. Nada más. También comprendía otra cosa que no había llegado a manifestarse conscientemente en mi mente en ningún momento. El comportamiento de Todd Dane, la absoluta frialdad que había mostrado a pesar de estar detenido en un país extraño acusado de un delito gravísimo. Su estado mental de absoluto control de la situación que le había permitido arriesgarse y conseguir arrebatar el arma a un policía y salir huyendo de unas instalaciones vigiladas e incluso hacer uso de la pistola. No era un chico de 17 años metido accidentalmente en un lío. Era un asesino de edad indeterminada. Alguien diferente de todos nosotros.

-Por su puesto-continuó hablando el agente Morris, después de considerar, tras una pequeña pausa que la conmoción que sus palabras me habían causado se estaba disipando- que todo lo que estamos hablando en esta sala es absolutamente confidencial. Nada de esto puede llegar a ser conocido por personas diferentes a las que se encuentran aquí, ni siquiera otro personal de la Embajada. En esto tenemos plena confianza en su saber hacer, señor embajador.
-Respondo personalmente de la lealtad de todos los presentes. No tengo ninguna duda. Según me cuenta Mike, la prensa sólo habla de un tiroteo en los juzgados provocado por un detenido. De momento no saben ni su nacionalidad, ni tampoco la razón por la cuál estaba allí.
-Bien. Entonces, señor Caldwell…
-Un momento -interrumpí, con dos intenciones en la cabeza: una buena, proporcionar una información que al parecer no era conocida, y otra mala, seguir ganado tiempo- ¿es posible que no sepan ustedes la identidad de la víctima de anoche?
-En la última conversación con Luengo -dijo Alberto- quedó claro que todavía la desconocían.
-¿Qué es lo que sabe, señor Caldwell? -inquirió Trevijano.
-Acabo de oír en la radio de camino hacia aquí que la víctima es un ciudadano norteamericano.
-¿Cómo? Jesucristo bendito, ¿cómo es posible que yo sea el último en enterarme de una cosa como esa, maldita sea?

Alberto, Worden y LasHeras miraban a Trevijano con las mismas caras con las que de niños debían mirar a sus padres en plena reprimenda.

-¿Lo sabían ustedes?
-No señor embajador, la policía española no nos ha informado de eso tampoco -respondieron ambos agentes con sus móviles ya en la mano.
-Es increíble, un abogado, un agregado consular, un agregado de seguridad, dos agentes del FBI, y la puta prensa española de los cojones se entera antes que todos ustedes de la identidad de un compatriota. This is a fucking shit, shame on you!!!
-Por favor, James, cálmate, déjanos hacer un par de gestiones -intentó apaciguar Worden.
-Señores Caldwell y Alberto, déjennos hasta que este equipo diplomático de mierda aclare esta cuestión, pero permanezcan localizables, aún no hemos terminado aquí.

El vozarrón malsonante de Trevijano atravesaba la puerta y alcanzaba directamente al sistema nervioso de su secretaria, que permanecía indecisa detrás de su mesa pero levantada de su asiento, preparada para cualquier eventual requerimiento intempestivo del embajador que conllevara responder inmediatamente. Alberto y yo pasamos de largo y sólo nos detuvimos con la intención de hablar en el momento en que alcanzamos las escaleras, como buscando estar a salvo de esa furia.

-Siento mucho lo que ha pasado ahí dentro, David, lo siento de verdad. Les he dicho esa tontería sin pensar lo que estaba haciendo. Algo imperdonable en un abogado experimentado como yo. Debí haber previsto que unos agentes federales en un caso como este se agarrarían a cualquier cabo suelto y no pararían hasta dejarlo completamente atado.
-No pasa nada, Dennis, ellos preguntan y uno responde. Mira en que situación he dejado yo a los subordinados de Trevijano en este momento. Quizá debería haber hablado primero a solas con Frank o incluso con Mike.

Todos estábamos bajo presión. Pero mientras que los demás tenían válvulas de escape, yo tenía la sensación de ser el único que seguía cociéndose por dentro. Se me pasó por la cabeza contarle todo lo que sabía a Alberto, alguien razonable que se tomaría muy en serio lo que yo dijera. Pero eso sería ponerle en una posición incómoda. Por mucho que yo le pidiera que el asunto quedara entre los dos, el se vería obligado a contárselo como mínimo al embajador, y este se vería obligado a contárselo al FBI. Con lo cual decidí, si es que se puede llamar así, no hacer nada al respecto. Seguiría aguantando. Comprendí de repente que los federales no habrían olvidado lo de mi “ausencia” delante de Todd Dane, pero era también muy posible que el asunto de la víctima les mantuviera ocupados durante algún tiempo. También quería evitar que Alberto me preguntara sobre el tema, simplemente porque además de la real no tenía ninguna otra respuesta preparada. Así que le dije que iba a aprovechar para hacer unas llamadas desde mi despacho y nos separamos sin objeción por su parte.

Bajaba por las escaleras cuando el móvil empezó a sonar. Era un número fijo que no pertenecía a mi agenda. Justo antes de descolgar me invadió una vaga sensación de desasosiego, un aviso de mi subconsciente previniéndome de hacer lo que estaba a punto de hacer. Aún así contesté.

-¿David?

No podía creerlo: era Harry Dane. No me sentía capaz de imaginar que tipo de conversación podía tener yo ahora con alguien que ni siquiera era quien decía ser. Alguien que me había estado engañando todo el tiempo y cuyas intenciones, como mínimo, eran turbias. Por un momento pensé en colgar, pero la incertidumbre de la situación o la inercia me hicieron continuar con la llamada.

-Si, señor Dane -dije sin poder evitar que la voz delatara mi nerviosismo- Me pilla usted en la Embajada. De hecho estoy tratando con el embajador en persona y no creo que…
-Espere, David. Por favor, escúcheme. Ya sé lo que ha hecho Todd hace un momento, y sé que nos están vigilando, la policía española es tan indiscreta como la de allí. Pero, sea lo que sea lo que le hayan contado de nosotros, por favor, créame, no somos malas personas. Ni siquiera Todd. Verá… las cosas son complicadas. No hemos tenido una vida fácil.
-Pero, señor Dane, no sé por qué me cuenta esto a mi… Yo no tengo en realidad nada que ver.
-Lo sé, David, lo sé. Sólo quería pedirle una cosa. Una sola cosa. Por favor, si cogen a Todd, ¿me garantiza usted que seguirá teniendo el apoyo de la Embajada Americana?
-En este momento yo no estoy en condiciones de garantizarle ese apoyo. Es más, creo que harían bien en buscarse un buen abogado de aquí. Todos ustedes. Alguien experto en extradiciones, diría yo.
-Si, ese es un buen consejo. Gracias señor Caldwell
-Señor Dane -una parte de mi cerebro había captado el fin del tuteo- ¿Puedo preguntarle algo?
-Lo siento, tengo que colgar, gracias otra vez señor Caldwell.

Me quedé un momento mirando el móvil completamente absorto. Ya no sabía muy bien qué pensar. En ese preciso instante sentí casi de una manera física como se desbloqueaba y salía a la luz una razonamiento reciente que había vivido oculto en las oscuridades de mi mente alterada y confusa. De acuerdo, Todd Dane (decidí llamarle así en mi pensamiento por el momento, porque de alguna manera eso me infundía algo más de calma) era un fugitivo que había entrado en España con un pasaporte falso. Era sospechoso de varios asesinatos en EE.UU y parecía haber cometido otro hacía unas horas. Pero eso no justificaba, por sí solo, la presencia de los agentes federales en Madrid. Las cosas no funcionaban así. Lo lógico es que el fiscal encargado del caso hubiera cursado la correspondiente solicitud de extradición en cuanto se hubiera confirmado su identidad a través de esas huellas dactilares. En realidad, Duncan y Morris no pintaban nada aquí y sin embargo debían haber cogido un vuelo privado, preparado en un tiempo record, y se habían plantado en Madrid en unas pocas horas para hacer lo que ellos imaginaban que iba a ser el interrogatorio, en colaboración con la policía española, a un detenido. La única explicación es que había algún tipo de interés adicional en Todd Dane y su familia. Pero claro, es lógico que exista ese interés: estamos hablando de alguien que no ha cambiado de aspecto físico en al menos 40 años. Se me ocurrió que quizá Duncan y Morris pertenecieran a una oscura rama del FBI dedicada a la investigación de lo sobrenatural. Pero también pensé que The X-Files había sido mi serie favorita hacía unos años y que estaba empezando a desvariar.

Su familia. Qué extraño pensar ahora en Harry y Liza Dane como los padres de Todd. Si era posible que Todd Dane tuviera la edad suficiente como para estar fichado por la policía desde los años 60, entonces ¿quiénes eran ellos?. Pensándolo bien, tan sólo teniendo en cuenta el problema de la edad, en realidad sí, podían ser sus padres. Unos padres adolescentes quizá, pero forzando un poco las cosas era posible. Pero ¿por qué forzaba las cosas? ¿Qué más estaba teniendo en cuenta para seguir pensando en los Dane como en una familia?. Claro, qué idiota. El parecido físico. Todd se parecía tanto a Harry como a Liza. Eso era innegable.

Seguía parado en el mismo punto de las escaleras en el que había contestado a Harry Dane. No sabía cuanto tiempo había transcurrido. El móvil, que aún tenía agarrado con cierta crispación en mi mano derecha marcaba las 12.30. Eso significaba que llevaba despierto algo más de 6 horas. Sólo 6 horas. Sin embargo me parecía como si el momento en el que me había levantado de la cama esa misma mañana pensando en nada importante, esperando otro día más o menos trivial, más o menos idéntico a todos los demás, perteneciera, no ya a otro día diferente, sino a otra vida diferente. Lo recordaba perfectamente, como no, pero era como si ese recuerdo no fuera mío en realidad, de tan lejano que lo sentía. Alguien me tocó en la espalda. Era la secretaria de Trevijano. No hizo falta que hiciera nada más que pronunciar mi nombre. Salí disparado escaleras arriba.


CAPITULO 8: DAVID CARRADINE


-Bien señores -dijo el embajador con apariencia de estar más calmado- la situación es la siguiente: desde este momento, Mike es el encargado de este asunto en lo que respecta a la representación diplomática estadounidense en España, lo cual es equivalente a decir al Gobierno de los EE.UU. Cualquier otro dato que ustedes, señores Caldwell y Alberto, recuerden a partir de los hechos vividos a lo largo de la mañana en relación con los miembros de la familia Dane, o derivado de cualquier acontecimiento que se produzca de aquí en adelante, por insignificante que les parezca, deben ponerlo en conocimiento del señor Worden y el se encargará de coordinarse con los agentes Duncan y Morris. No quiero, repito, no quiero, que nadie hable bajo ningún concepto con la prensa, ni española, ni nacional. ¿Me han entendido todos ustedes?.

Se produzco una situación ridícula y, si no hubiera sido por la tensión reinante, risible, en la cuál un grupo de hombres adultos pronunciaron “sí” al mismo tiempo como niños a los que se les preguntara si quieren tarta. De repente la enorme puerta del despacho comenzó a abrirse a cámara lenta, como si ella misma ya estuviera pidiendo perdón.

-Señor embajador, siento muchísimo interrumpirle pero me temo que es importante.
-Espero que lo sea, Michelle, espero que lo sea.
-Estaba hojeando la prensa española para ver la última hora y he visto esto- dijo la secretaria de Trevijano con un hilo de voz mientras con mano trémula le pasaba al embajador un papel impreso.

No debieron transcurrir más de diez segundos desde el momento en que el embajador se puso las gafas de leer y levantó la cabeza con un gesto de absoluta derrota en su cara, pero a mi, y estoy seguro que a todos los presentes en ese despacho, me parecieron diez minutos.

-¿Qué ocurre James? -preguntó Worden, el único que al parecer se permitía el lujo de tutear a Trevijano.
-Lo saben todo.
-¿Qué quieres decir?
-Todo, está todo, míralo -dijo mientras le pasaba el papel a Mike y se sentaba en su butaca oficial, hundiéndose en ella un palmo más de lo que correspondía a su peso. Mike empezó a leer en voz alta.
-Según ha podido saber este periódico, el individuo que se ha escapado de la custodia de la policía esta misma mañana en los Juzgados de la Plaza de Castilla de Madrid es el ciudadano norteamericano T. Dane, que estaba detenido en relación con los hechos acaecidos esta madrugada en el Parque del Oeste. La reyerta había acabado con la vida de otro ciudadano norteamericano y la policía cree que Dane podría ser el autor de los hechos. Por el momento la policía no tiene pistas del paradero del fugitivo…

Al parecer, los mismos periodistas que habían llamado hacía algún tiempo preguntando por el caso y que sólo habían obtenido desmentidos por parte de la Embajada debían haber obtenido los datos de otras fuentes (la policía parecía la opción más probable) y su periódico había decidido dar la noticia. Todos menos Worden nos encaminábamos hacia la puerta cuando el agente Morris se dirigió a mi:

-Disculpe, señor Caldwell, ¿sería tan amable de esperar un momento en su despacho? Deberíamos terminar la conversación que quedó interrumpida anteriormente.
-Tenía la impresión de que habíamos acabado.
-Por favor, aguárdenos allí un minuto. Vamos aclarar las cuestiones de prensa con el Embajador y enseguida estaremos con usted.
-De acuerdo -dije en un tono que denotaba decepción.

Entraba cabizbajo a la antesala de mi despacho, pero algo me hizo alzar la vista. Tony me miraba directamente a los ojos.

-David -pronunció en un tono más bajo del habitual, lo que me obligó a inclinarme hacia ella- ese hombre sentado en el sofá ha pedido verte.

Giré la cabeza y allí estaba hojeando con desgana uno de los folletos del Departamento de Estado un tipo alto y delgado. Tenía el pelo largo y canoso y vestía vaqueros, una camisa blanca remangada hasta los codos y unas botas tejanas. Se tapaba los ojos con unas gafas de espejo Ray-Ban de color plata. Pero lo que más llamaba la atención de él era su parecido con ese actor, ya de cierta edad… cómo se llamaba… Dios, no conseguía acordarme, aunque no era de extrañar, tenía demasiadas cosas en la cabeza.

-¿Ha dicho lo que quiere exactamente?
-No, simplemente que quería hacer algunas preguntas sobre España. He intentado atenderle yo y quitártelo de encima, como otras veces en las que andabas ocupado, pero con este no he podido. Dice que prefiere el servicio completo.
-¿Eso ha dicho?
-Si, te lo juro, literalmente. A mi me da una cierta grima, la verdad. Además tiene un  aspecto un poco desmañado. Se parece muchísimo al actor ese de los años 70 que ahora está rodando una película con Tarantino.
-¡Ese!, ¡David Carradine! -dije en un tono demasiado alto, e inmediatamente volví a girar la cabeza. El tipo que se parecía a David Carradine debía haberme oído, porque me miraba con expresión divertida.
-Me lo dicen muchas veces y, francamente, no es algo que me incomode. Incluso me han llegado a pedir autógrafos en algunas ocasiones y yo no he desecho el malentendido. Siempre he pensado, ¿qué más da?, seguro que al viejo David no le importaría que le sustituyeran de vez en cuando, y a mí no me importa, sobre todo cuando se trata de guapas chavalas que acaban de ver alguna reposición de Kung Fu en la televisión. Pero hace ya bastante tiempo que no me los piden, supongo que si el actor está en decadencia, sus dobles también lo están. Si ahora está rodando algo con Tarantino es posible que ambos recuperemos algo de fama, ¿no creen? -y terminó la frase con una carcajada sorda que degeneró en una tos profunda y sonora.
-Mi nombre es Caldwell -dije en un tono completamente profesional- ¿En qué puedo ayudarlo señor…?
-Como le decía aquí, a la guapa señorita, quisiera que me aclararan algunas dudas respecto a determinados aspectos concretos del país.
-Muy bien -continúe empleando un tono lo más profesional posible, a pesar de empezar a sospechar que me hallaba ante el típico individuo impertinente, capaz de decir lo que le pareciera bien en cada momento sin ningún miramiento por los demás- Si es tan amable de pasar a mi despacho.

Al pasar junto a mí me vino un leve pero inconfundible olor a alcohol, probablemente ron. Una vez dentro, el tipo se tomó muchas molestias para comprobar que la puerta estaba cerrada. Echó hacia atrás un buen metro respecto de mi mesa una de las butacas para visitantes y se sentó en ella estirando las piernas completamente, colocando una sobre la otra a la altura de los tobillos, de manera que las puntas de sus botas casi se tocaban.

-Bien, señor Caldwell -dijo mientras se quitaba las gafas de sol- supongo que a usted si puedo decirle que soy en realidad David Carradine. ¿Fuma?

Era él. Sin las gafas no cabía ninguna duda. Era la primera vez que tenía la oportunidad de atender a alguien más o menos famoso desde que había comenzado aquel trabajo. En ese momento, no sé exactamente por qué, me di cuenta de lo aburrida que era en realidad aquella tarea, y lo que es peor, de que no tenía en realidad ningún deseo de seguir desempeñándola. Mientras tanto el señor Carradine se había inclinado hacia mí ofreciéndome un Natural American, y yo se lo acepté y dejé que me lo encendiera sin pensar lo que estaba haciendo. Me levanté y abrí la ventana acordándome de los detectores de humo. El ruido del tráfico era infernal.

-Es un honor señor Carradine. Es comprensible que quiera pasar usted inadvertido. Pero, ¿qué hace en España? Como estábamos comentando antes, tenía entendido que estaba usted rodando con Tarantino en los EE.UU.
-Estoy rodando con Quentin, eso es cierto. Pero hemos comenzado por hacer las secuencias que se desarrollan en Japón. Terminamos hace unos días y dentro de un par de semanas seguiremos rodando, esta vez en California, así que mientras tanto a los actores nos han dado un tiempo libre, y yo he decidido venir a España. Tengo aquí algunos amigos y procuro pasar tiempo con ellos siempre que puedo. ¿Le gustan las películas de Quentin Tarantino?
-Si, la verdad es que me gustan bastante. Me encantó Reservoir Dogs y Pulp Fiction me pareció genial, aunque no he visto la última… ni tampoco me acuerdo del título ahora mismo.
-Jackie Brown. No se lo diga nunca, pero a mí tampoco me gustó. Demasiado seria, no es su estilo. Oiga, ¿le gustaría asistir en persona al rodaje de esta película? No tiene más que decírmelo y le mandaré un pase exclusivo.
-Se lo agradezco señor Carradine, pero me temo que no me va a ser posible ausentarme de Madrid en el futuro inmediato.
-Claro, claro. No deje de pedírmelo si puede hacerlo, en todo caso.

Si David Carradine ya conocía España y si sólo iba a estar unos pocos días aprovechando un parón en el rodaje de la película, ¿qué es lo que hacía sentado allí delante mirando con curiosidad los típicos carteles turísticos que decoraban una de las paredes de mi despacho?. Aquél día, definitivamente, no era el día más normal de mi vida. David Carradine suspiró, se enderezó ligeramente en la butaca, fijó la vista en mi y continuó hablando.

-Verás David. No he venido esta mañana aquí a hablar contigo como si fuera un ciudadano norteamericano cualquiera. Se trata de Rita. De Rita Leiva, tu madre. ¿Es así como se llama tu madre, verdad?
-Mi madre… Pero, ¿qué podría tener que ver mi madre con usted?
-Últimamente todo. Quiero decir, que estamos muy unidos, David. Lo que estoy tratando de decirte es que tu madre y yo somos pareja -dijo David Carradine mientras aplastaba con una de sus botas la colilla de su cigarrillo contra el valioso y pulido suelo de tarima de mi despacho- Sí, no pongas esa cara, nos henos conocido y nos hemos enamorado, y yo estoy aquí porque ella me ha pedido que te lo dijera, aprovechando que estaba en España. Nos conocimos hace unos meses en Tokio -continuó David Carradine al ver que yo era incapaz de decir nada- cuando empezábamos a rodar la película.

Yo seguía paralizado. No sabía que decir. Esto era lo último que me hubiera imaginado. Por los resquicios que me había dejado la intensa actividad de aquella mañana había llegado a concebir la idea de que mi madre huyera de Japón abandonando a Larry con otra persona, sobre todo al enterarme de que había pedido dos billetes para Nueva York. Pero esto era inconcebible. En todo caso empecé a pensar que era un detalle por parte del señor Carradine haber venido a verme para contármelo. Daba la sensación de que algo así no se hace sino sólo por alguien que realmente te importa. Pero por otra parte la sensación de malestar que me había invadido desde que había pronunciado las palabras “tu madre y yo somos pareja” se concretó y tomó forma. Era lástima por mi padre.

-Quizá te preguntas ahora mismo por qué tu madre no vuela hacia Los Angeles en vez de a Nueva York en este momento. La respuesta es que quiere ver a tu padre. Ha oído noticias poco tranquilizadoras sobre su salud y quiere aprovechar para verle. Antes de venirse conmigo a California, por supuesto.
-¿Y ella? ¿Cómo está ella?
-Rita está estupenda. Es una mujer magnífica, una andaluza de raza, como dicen aquí. Escucha David, Larry no se lo tomó muy bien. Su empresa es contratista de la productora de la película, nos conocimos, y tuvimos ocasión de cenar en un par de ocasiones todos juntos y era evidente que no nos caímos muy bien, él y yo. Tu madre coqueteaba conmigo y yo dejaba que lo hiciera. Así que cuando el rodaje en Japón acabó, decidimos que yo me iría y que ella trataría de hablar razonablemente con Larry. Pero él la amenazó, incluso con pegarse un tiro. Por eso tu madre me llamó ayer y me dijo que tenía que salir de allí inmediatamente. Hice que una amiga mía la acompañara y me dijo que no me preocupara de nada más, que te llamaría a ti para conseguir billetes de primera clase en el primer vuelo, pero que le hiciera este favor, que hablara contigo y que te contara lo que estaba pasando para que no te preocuparas. Supongo que no quería decirte por teléfono que se iba de Tokio para vivir con el monje Kwai Chang Caine.

David Carradine volvía a atragantarse con su propia risa al mismo tiempo que Tony me avisaba por línea interna.

-¿David? Perdona que te moleste pero estos tipos del FBI dicen que necesitan hablar contigo ahora mismo y amenazan con entrar en tu despacho.
-Jesús. Me parece la excusa para librarse de alguien más original que he oído en mi vida -dijo David Carradine retomando la carcajada aguardentosa anterior, que no había terminado de extinguirse.


CAPITULO 9: I KNOW WHAT THAT GUY WAS LOOKING AT


David Carradine se tomó su tiempo encendiendo un cigarrillo parsimoniosamente para después levantarse y eludir mi mano extendida ofreciéndole un saludo y en su lugar apretarme repetidamente y con una fuerza inesperada el trapecio izquierdo hasta dejármelo entumecido, mientras, un tanto paradójicamente, me deseaba que me cuidara, y rematar la jugada palmeándome la mejilla cariñosamente y finalmente emprender la marcha con pasos largos y eficaces sin ni siquiera echar un vistazo a los agentes Ducan y Morris, que permanecían de pie, casi en el umbral de la puerta como si temieran que yo pudiera intentar evitarles de alguna manera.

-Agentes, pasen por favor- dije sin ningún convencimiento mientras, como si ya lo tuvieran pensado de antemano, Duncan se sentaba en la butaca que acababa de dejar libre el señor Carradine, mientras que Morris se dirigía directamente a la ventana, la cerraba y se quedaba allí echando una mirada a la calle.
-Vaya, ya empieza a montarse jaleo ahí fuera; ¿son habituales estas concentraciones aquí?
-Sí, sobre todo desde que ocurrió aquel incidente en el Hotel Palestina, en Bagdad, hace unos meses.
-¿Qué incidente?
-Un tanque de los marines disparó contra una de las plantas del Hotel y causó la muerte de dos periodistas, un ucraniano y un español que murió después en el hospital.
-Vaya -intervino Duncan- Por lo visto hay gente que no sabe mantenerse a resguardo. La guerra es para tipos duros, no para periodistas.

En ese mismo instante fui consciente de estar padeciendo un intenso y pulsante dolor de cabeza desde hacía un buen rato, y de la posibilidad real de que mi estómago me jugara una mala pasada en cualquier momento.

-Bien, bueno, agentes, como han podido comprobar, es un día complicado en esta embajada, así que les rogaría que…
-Sabemos que ya conocía a Todd Dane -dijo el agente Duncan.

Un líquido insoportablemente ácido que ascendía por mi esófago dejándome un rastro de fuego exigió de mí, en un momento, un esfuerzo terco para contenerlo y volvérmelo a tragar. Me di cuenta de que debía haberme quedado pálido y que eso desbarataría cualquier intento por mi parte de negar los hechos. Duncan miró a Morris y Morris se giró, un poco teatralmente para mirarme a mí. Me tomé un momento, respiré hondo un par de veces.

-¿Pero cómo pueden saber…?
-Porque hacemos nuestro trabajo, señor Caldwell- continuó Duncan. Hemos investigado a fondo a todo aquel del que hemos llegado a saber que ha tenido contacto con Dane desde su llegada a España. Por tanto, sabemos que usted pudo coincidir en un instituto de Hampstead, Maryland, hará unos 10 a 15 años con alguien llamado Teddy Dawson, arrestado varias veces por posesión, que está en nuestro radar porque es un caso más de foto idéntica y misma huellas dactilares de los que le hemos enseñado antes, aunque lo hayamos omitido en ese momento, esperando tener la ocasión de tener con usted una charla más, digamos íntima.
-¿Han investigado a fondo a todo el mundo? ¿No es eso mucha gente para tan poco tiempo? -pregunté un poco absurdamente.

Duncan miró a Morris y éste asintió con los ojos en lo que parecía un permiso explícito para seguir hablando.

-Hay algo más, un detalle relacionado directamente con usted.
-¿Conmigo?
-El inspector Luengo nos ha comentado hace unos minutos que Dane, justo antes de quitarle la pistola le ha cuchicheado algo al oído al policía que le custodiaba. Al principio han considerado, lógicamente, que se había tratado de una táctica de Dane para desconcertar al agente, pero después, con más calma, Luengo le ha preguntado qué le había dicho concretamente, y parece ser que ha sido algo como “Fuck, I know what that guy was looking at”. No ha demostrado ser un buen agente de custodia pero al menos sabía inglés. Así que señor Caldwell, dejémonos de rodeos y cuéntenos lo que sabe de ese Teddy Dawson ahora conocido como Todd Dane, o mejor, cuéntenos lo que él sabe de usted.

En mi móvil vibra en ese instante un mensaje de texto y decido sacarlo y leerlo mientras ordeno en mi cabeza el relato que voy a ofrecer a los tan eficaces como desagradables agentes Duncan y Morris. Abro el menú y me encuentro con los siguiente:

“Im TD I know you & I know you know me we gotta meet Ill text you soon”

-¿Señor Caldwell? -inquiere el agente Morris extrañado por los más de 20 segundos que debo llevar con la cabeza gacha y la mirada fija en la pantalla del teléfono.
-Si, discúlpenme, es un mensaje de un familiar con un pequeño problema. Nada que no pueda esperar.

Y seguidamente pasé a relatarles sin omitir ningún detalle toda la información que se había ido acumulando en mi memoria a lo largo de aquella mañana desproporcionada sobre el ahora mucho más inquietante y de alguna forma intimidante ciudadano norteamericano TD. Sin embargo, y a pesar de que soltar todo aquel lastre estaba suponiendo para mi un bálsamo de tal calibre que incluso parecía empezar a notar cierto alivio tanto en la cabeza como en el estómago, por algún motivo extraño e irracional, por esas reacciones inesperadas que a veces tenemos las personas bajo presión, decidí omitir la recepción del SMS, irracionalidad directamente proporcional a la pertinencia que esa información tenía, sin ninguna duda, en ese momento. Era como si algo incontrolable me obligara a seguir un paso más allá que los demás en aquel asunto. Algo incontrolable y quizá, me daba cuenta ahora, peligroso.

En el mismo instante de acabar mi relato, una especie de rugido inundó la habitación. Por un momento fue como si un público furioso estuviera expresando su rechazo a lo que acababa de contar. Se trataba, sin embargo, de la concentración frente a la embajada, que había entrado en ebullición, probablemente por algún tipo de intervención policial.

-¿Y no le había visto desde entonces? -preguntó Duncan, completamente ajeno a esos acontecimientos, si bien Morris volvía a mirar por la ventana.
-Nunca. Hasta hoy.
-Bien, señor Caldwell -se volvió a girar Morris con un gesto de desdén probablemente dedicado equitativamente tanto a los manifestantes como a mi persona- su relato parece coherente. Además apunta usted un dato fundamental para la investigación como es la relación de Alvin Richardson con Dane.

Mi móvil vibra de nuevo y yo pego tal respingo en el sillón que lo empotro contra la pared que tengo a mi espalda. Uno de los posters turísticos que la decoran se desprende y cae al suelo con mucho más estruendo de lo que uno esperaría de un trozo de papel.

-Tranquilícese señor Caldwell, nosotros estamos aquí para protegerle -dice Duncan, sembrando en mi el desconcierto sobre una base general de pánico, si es que eso es posible.
-¿Protegerme? ¿Protegerme de qué?
-Vamos señor Caldwell,-contesta Morris señalándome con el dedo- usted mismo acaba de delatarse con ese susto que se ha dado al oírme hablar de la relación entre Richardson y Dane. Es evidente. Estamos ante alguien que quiere proteger su identidad a toda costa, y si eso ha de incluir el asesinato a sangre fría, no se detiene, sobre todo si cree, como parece ser el caso, que aún no le hemos descubierto. ¿No sé da cuenta?. ¿Por qué cree que Dawson desapareció sin dejar rastro aquel año en el instituto?. La fecha concuerda con uno de los asesinatos sin resolver en los que aparecen sus huellas dactilares. Y, sobre todo, ¿por qué cree que la familia Dane se ha marchado de EE.UU., en primer lugar?. Tenemos a una pareja de ancianos degollados el día 28 de abril de este año en el deposito de cadáveres de Flint, Michigan, que rebosan de la misma maldita huella dactilar que aparece una y otra vez, en todos los lugares y en todas las épocas. Así que, señor Caldwell, ¿de qué cree usted que necesita protección?, ¿de esos manifestantes antiamericanos amigos de Sadam de ahí fuera?.

-No son antiamericanos ni amigos de Sadam- digo casi con furia, ante las sorprendidas miradas de los agentes, que parecen ahora haber terminado conmigo y emprenden la retirada hacia la puerta, no sin que Duncan tenga que agarrar sutilmente del brazo a Morris que da la sensación de querer contestarme. En lugar de eso, Duncan me pide que permanezca localizable las 24 horas del día y que procure no salirme de un circuito preestablecido entre mi casa y la embajada, si es que es realmente necesario que vaya a mi casa. En cualquier caso van a hablar con la policía española para ver si es posible que me asignen algún tipo de protección.

Desaparecen, Tony entra por la puerta, y a mi se me cae el móvil de unas manos incapaces de flexionar correctamente ninguno de sus dedos. Tony se acerca corriendo y recoge las distintas piezas del teléfono que han quedado esparcidas por el suelo. Tendré suerte si vuelve a funcionar. La tapa de atrás está bajo mi silla y Tony se agacha y se eleva frente a mí con el teléfono sobre sus manos en forma de copa, como si me estuviera haciendo una ofrenda. Su pelo huele a hierba buena. Nos quedamos unas décimas de segundo de más mirándonos a los ojos. Finalmente se incorpora del todo, sonríe, y se marcha a contestar el teléfono que ha empezado a sonar. De alguna manera, esa especie de momento feromónico parece haberme calmado los nervios y consigo recomponer las piezas del móvil. Aprieto el botón y la pantalla se enciende. Abro el menú de mensajes y hay uno nuevo que dice:

“Dave, nos hmos quedado un poco a medias no? Llámame, esta tarde podemos qdar. Bsos, Eleazar”

No sé si siento alivio o decepción.



CONTINUARA

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