sábado, 15 de enero de 2011

IN TREATMENT: LA MEJOR TERAPIA



Hasta ahora siempre me habían dado grima los psicoterapeutas. Tenía una imagen distorsionada de ellos proveniente de las comedias de Woody Allen, de acuerdo con la cual pensaba que, en realidad, sí, había que reconocer que muchos norteamericanos acudían a su consulta, pero la cosa iba básicamente así: los pacientes les contaban sus intimidades más profundas (con lo que al menos conseguían desahogarse), ellos replicaban con preguntas tipo ¿y cómo se siente acerca de eso?, se acababa la sesión, había que pagar unos cuantos dólares (normalmente una buena cantidad) y despedirse hasta la siguiente, y mientras tanto, los traumas, los miedos, las inseguridades y demás fantasmas que nos acompañan a los seres humanos en esta involuntaria travesía que es la vida, iban a seguir ahí, acechando, acorralando e incluso golpeándonos sin piedad y sin remedio.

Pero no había caído en que los psicoterapeutas podían ser personas tan inteligentes y sensibles como el doctor Paul Weston (interpretado prodigiosamente por un Gabriel Byrne en estado de gracia), el protagonista de esta apasionante serie In Treatment (En terapia), que me subyugó desde el primer momento, tanto por su original estructura (se trata de las sesiones de terapia que siguen una serie de personajes distribuidos a lo largo de cuatro días de la semana, más la que sigue el propio doctor Weston al final de la misma, que dan lugar a episodios de 25 minutos y que se repiten cíclicamente) como por la intensidad melodramática de los argumentos (intensidad que en el caso de alguno de los pacientes alcanza grados que yo, raramente he contemplado en los últimos tiempos, ni incluso en el cine), el desarrollo complejo de las situaciones (unos guiones que a veces rayan la genialidad y que hacen implicarse al doctor con sus pacientes mucho más de lo que, no sólo su posición y profesión, sino el más mínimo sentido común, aconsejaría) y, en fin, una serie de detalles que, en mi opinión, la hacen elevarse a unas cotas en el TV drama, muy difíciles de alcanzar.

Comencé a ver la serie un poco por casualidad, a partir de una de estas recomendaciones en las que ya no confías demasiado por haber fallado en otras ocasiones, pero me quedé enganchado a las primeras de cambio. Mucha culpa de esto la tiene el hecho de que el episodio piloto esté dirigido por Rodrigo García (que se ha convertido en una especie de activista de la HBO, realizando episodios de series como Los Soprano, A dos metros bajo tierra o Carnivale), así como que la primera imagen que aparece en pantalla (así, sin avisar, pillándote totalmente desprevenido) sea la de una Melissa George (la paciente Laura, médico anestesista), llorando completamente desconsolada, e irradiando una belleza casi insoportable para un espectador varón heterosexual medio, mientras es sometida a la mirada escrutadora de Gabriel Byrne (con esa especie de ojo vago suyo que nunca le había dado tanta personalidad). Un consejo: hay que verla, como sea, en versión original, hay que oír estas voces, estas inflexiones, porque en ellas hay muchísimo significado (y, desgraciadamente, se pierden en el doblaje).

Es cierto que, como no podía ser de otra manera, hay pacientes con más interés que otros, pero también lo es que, sobre todo en la primera temporada, el nivel de las historias es altísimo (la muy inestable emocionalmente Laura, el traumatizado piloto de caza Alex, la gimnasta adolescente con tendencias suicidas Sophie, la pareja al borde de una ruptura devastadora Amy y Jake) y que la propia historia del doctor, la relación con su mujer o sus hijos, y sobre todo, su terapia personal a cargo de la doctora Gina (interpretada por una veterana Dianne Wiest a la que le dieron un Emmy por este papel), merecería por sí misma algún tipo de spin-off. Y además está el hecho de que la serie no le hace ninguna trampa al espectador, en el sentido de que aquello que es factible cambiar, cambia, pero el mensaje principal es que el aporte mayor para la curación de nuestros problemas ha de provenir de nosotros mismos.

Bien, no sé si ha quedado claro lo mucho que me ha gustado In Treatment (hay que añadir como dato curioso que se basa en una serie hebrea llamada “Be Tipul”, y lo curioso no es que haya series hebreas, sino el hecho de que este mundo de la psiquiatría esté tan asociado con los hebreos, igual que lo está con los argentinos), pero, por si acaso añadiré que hacía tiempo que no me apetecía ver tantos episodios seguidos de una serie de televisión (lo que también es achacable a la muy inteligente graduación de la información que se le va facilitando al espectador), y que me desagradaba tanto tener que cortar en algún momento. Y, por supuesto, mi confianza en la utilidad de la psicoterapia ha aumentado. Quizá un día busque en la agenda el número del doctor Weston.

2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo contigo. Yo alucino con esta serie, y pienso que el grado de acceso a la intimidad que uno acaba teniendo con esos personajes la convierte en única. Me encanta esa mirada compasiva sobre el ser humano, sobre sus desvalimientos y sufrimientos, y, a pesar de ese tono melancólico del conjunto, el mensaje positivo que se nos da: siempre podemos solucionar los problemas, y debemos luchar contra nuestro enemigo principal, que somos nosotros, nuestro sentido de culpa...
    He visto las dos primeras temporadas y siento especial debilidad por Sophie, que me parece un personaje prodigioso. Y una interpretación fuera de serie. De la segunda -aunque me encantan todas-, me conmovía especialmente el niño cuyos padres se acaban de separar. Me muero de ganas de ver la tercera, porque Debra Winger -a la que adoro- es uno de los pacientes.

    ResponderEliminar
  2. Yo estoy como tú, con las dos primeras temporadas vistas y deseando ver la tercera (que se comenta es mejor que la segunda). Es agradable comprobar que haya más gente que coincida con uno en apreciar esta serie en lo que vale, a pesar de que (no sé si lo sabes) no recibió en EEUU unas críticas acordes con su calidad.
    Sophie (esa niña perfecta expuesta al sórdido mundo adulto) es, efectivamente un personaje fuera de lo común y la historia del niño (Oliver) en la segunda temporada es la mejor junto con la de la chica con linfoma (April). Gracias por el comentario, Atticus

    ResponderEliminar