martes, 11 de enero de 2011

AFTER DARK: MURAKAMI DORMIDO

Silencio, por favor, estamos en un oscuro dormitorio y alguien está durmiendo profundamente. No estamos aquí en realidad, sólo nuestra mirada que se parece mucho a una cámara (pero una cámara tendría que estar allí, también, hmmm, bueno, es igual), la habitación tiene todas esas cosas que tiene un dormitorio y además un aparato de televisión, que, agárrate, se enciende sólo sin estar enchufado. Claro, al encenderse así emite muchas interferencias y hace mucha nieve: es lo que tiene el otro mundo, que no hay buenos antenistas. Pero aún así podemos ver una imagen en ella: ¿el telediario? No, cuando una tele se enciende así, misteriosamente, es para emitir algún tipo de imagen inquietante, y qué mejor que una sala grande llena de inquietantes fluorescentes con una sola silla en el centro y un muy inquietante señor vestido de traje y con el rostro inquietantemente tapado. Pero, en todo caso, ¿quién está durmiendo tan plácidamente? ¿Una bella chica japonesa que trabaja de modelo? ¡Dios mío, no¡ ¡Es Haruki Murakami! Duerme y parece que no se quiere despertar y nosotros no podemos hacer nada para evitarlo, ¡NO VAMOS A PODER EVITAR QUE PUBLIQUE ESTA NOVELA!

Haruki Murakami es autor de, entre otras muchas obras, dos extraordinarias novelas sobre las relaciones humanas en nuestro desquiciado mundo contemporáneo: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1992) y Kafka en la orilla (2002), cuya lectura recomiendo a cualquiera que esté interesado en lo mejor de este escritor japonés. Pero (y esta es la conclusión que uno saca tras leer este After Dark), como todo autor, él también sufre crisis creativas, y, por motivos que uno no acaba de comprender (o que quizás tengan que ver con el mundo de los esclavizantes contratos editoriales), sobre todo en autores que ya están consagrados y no necesitan hacerse oír de forma continua (todos conocemos ejemplos de extraordinarios escritores que publican una buena novela, pasan años sin que se sepa nada de ellos, los medios les preguntan y honestamente responden que, simplemente, no tienen buenas ideas), en el año 2004 decide publicar esta novela, de la que lo mejor que podemos decir es que es bastante más corta que las anteriores.

Porque, comencemos diciendo que la novela se estructura en tres ejes: el diálogo (vacío) que establece una joven con otro simpático joven que se encuentra en el mundo de la noche, la descripción de los muy inquietantes sucesos que ocurren mientras la bella hermana de la joven anterior duerme un profundo sueño (con el que me he permitido la licencia del principio) en el que, al parecer, lleva varios meses (tranquilos, todo tiene un límite: el autor, pese a que todo es misterioso y perturbador, se siente en la necesidad de explicarnos en determinado momento que la chica, de vez en cuando, se levanta para comer lo que sus padres le ponen en una bandejita y para ir al baño donde se pega sus buenas duchas) y, finalmente, los acontecimientos que suceden en un hotel de citas nocturnas, donde, un siniestro oficinista (que no puede estar muy bien de la cabeza, no me digas, cuando se queda solo en la empresa por la noche para controlar que la cosa de la informática funcione correctamente) ha maltratado a una indefensa prostituta china, hecho que básicamente sirve para que Murakami nos intente perturbar de nuevo con la introducción de un personaje, al parecer, perteneciente a la malvada mafia china, el cual, sin embargo, resulta involuntariamente cómico, así como a una serie de personajes adyacentes que también mantienen entre sí unos diálogos de los que, para mantener un cierto nivel de respeto al autor, no voy a comentar nada.

Pero sí voy a decir respecto de los diálogos entre los dos jóvenes más o menos protagonistas de la novela, que incurren (casi todo el tiempo) en algo que a mí me pone especialmente nervioso, y es que un personaje diga algo y el otro lo repita en forma de pregunta, algo como esto:

-Pero te interesa, ¿no es cierto?
El hombre se queda con el tenedor y el cuchillo suspendidos en el aire, reflexiona unos instantes.
-¿Si me interesa? Pues, no sé. Digamos que siento una especie de curiosidad intelectual.
-¿Curiosidad intelectual?
-Sí. Es decir,…


Y que a mí me recuerda a ese recurso de las malas películas o series de televisión en la que un personaje contesta a una llamada de teléfono repitiendo constantemente en forma de pregunta lo que le dicen para que el espectador no se pierda una parte del diálogo (¿qué como está mama? Bien, va tirando, ¿y el resto de la familia? Ya sabes, como siempre…), como si dicho espectador fuera tonto y no pudiera deducir las preguntas directamente de las respuestas. Pero aquí, esta forma de hablar, ni siquiera tiene una justificación. Salvo la de rellenar el vacío provocado por el sueño profundo de un Murakami al que hay que ponerle un despertador con una alarma bien alta, para que (por el bien suyo y de sus lectores) despierte de una vez.

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