miércoles, 5 de enero de 2011

FROST CONTRA NIXON: LA VERDAD ES UN TORRENTE

La vida es extraña: esta es la primera impresión que uno saca después de ver esta  gran película (“El Desafío: Frost contra Nixon”, dirigida por Ron Howard y estrenada en España en 2008). La vida es algo muy extraño, cuando, el dimitido presidente Nixon (interpretado magistralmente por Frank Langella en un trabajo que consigue transmitir perfectamente todas y cada una de las emociones del personaje), en un momento en que su carrera política se había reducido a unos pocos rescoldos que, sin embargo, podían ser avivados si jugaba bien sus cartas (había sido indultado ejecutivamente de todos sus posibles delitos por su sucesor Ford), se encuentra por el camino con una magnifica oportunidad de resucitar en el momento en que, David Frost (papel que interpreta Michael Sheen, el Tony Blair de la película The Queen), un showman inglés de éxito como playboy y presentador televisivo de programas intrascendentes, pero sin ninguna experiencia en el periodismo político, le propone la realización de una serie de entrevistas en las que se tratarían diversos temas de su mandato, entre los que están, como no podía ser de otra manera, Vietnam y sobre todo el Watergate.

Para empezar, Frost consigue lo que ningún otro periodista de la potente industria americana había logrado, y lo consigue por una razón que no tiene nada que ver con la épica: lo consigue por dinero, porque paga bien, simplemente porque extiende cheques a nombre de Richard M. Nixon, ese, aparentemente, político derrotado, débil, fácilmente superable en una entrevista cara a cara con todo el material del que tiene que responder ante el pueblo americano.

Sin embargo, la película nos muestra desde el primer momento que Nixon no fue presidente por simple casualidad, estamos ante una mente poderosa, alguien capaz de merendarse a un mequetrefe como Frost con un par de sencillos trucos de manipulación psicológica. Alguien capaz de eludir contestaciones directas a preguntas sencillas simplemente tirando de carrete, divagando sobre esto y aquello, perdiendo tiempo como los equipos que van ganando y provocando a la vez la desesperación de su rival. Pero, la película también nos muestra que Nixon es un ser humano atormentado, consciente de sus errores por debajo de sus conchas, eso sí, duras como el pedernal, de galápago político.

Al final, llega el momento de la verdad, la entrevista clave en la que se va a tocar el tema del Watergate. La realidad es que este señor montó desde el despacho oval una trama completa para espiar y neutralizar a sus adversarios políticos para después, cuando todo el pastel salió a la luz, tratar de ocultarlo como fuera, y todo esto lo hizo mientras estaba siendo grabado. Y estas cintas delatadoras se acumulaban como agua remansada a la espera de que cualquiera las liberase, y eso es lo que hacen Frost y su equipo, levantar las compuertas del embalse y soltar un torrente de verdad que se lleva por delante todas las, en realidad, débiles defensas que había construido Nixon para tratar de justificar sus actuaciones. Definitivamente, para Nixon queda el consuelo de soltar la carga, liberarse de parte de la culpa mediante la aceptación de todos los hechos ante la gente, y, puesto que la vida es extraña, quien está delante en ese momento para escuchar lo que tenga que decir es un presentador televisivo inglés, que al mismo tiempo obtiene su propia realización personal.

Lo que nos enseña de forma magnífica (en una escena cumbre muy poderosa) esta película es el preciso instante en que Nixon es arrastrado por la corriente, el momento exacto en que su vida política, definitivamente, termina, instante en que vemos su cara, sus gestos, sus miradas en busca de ayuda… y como, finalmente, este político culpable, se deja llevar.


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