domingo, 26 de diciembre de 2010

LA DERECHA EN MADRID (parte I)



Madrid es una ciudad de derecha (en singular, no entiendo lo que significa “derechas” o “izquierdas”, que yo sepa sólo hay una de cada, otra cosa es que haya distintos partidos u organizaciones de una u otra ideología). Lo lleva siendo desde por lo menos hace 20 años, y lo va a seguir siendo durante por lo menos otros 20. 

Y esto, que parece un hecho obvio, hay que remarcarlo, porque conozco poquísimas personas que estén de acuerdo en reconocer:

a) Que son de derecha
b) Que votan a la derecha porque son de derecha

Es muy fácil saber cuando una persona, que no lo reconoce, vota en realidad a la derecha. Son aquellos que dicen cosas como “yo no entiendo de política” o “todos los políticos son iguales” o “a mi me dan igual unos que otros”. O por ejemplo se meten con los sindicatos como si tuvieran algo personal contra esas organizaciones. O claman contra los inmigrantes porque son muchos, porque son negros, porque son árabes o porque sí.

Cuando gobernaba el alcalde Manzano, un señor de comunión diaria, peinado de esa forma característica en que se peina mucha gente de derecha, (emplastándose el pelo en gomina y disparándolo hacia la parte trasera de la cabeza, de tal forma que no sabes qué es más feo, si la frente despejada que se les queda delante o el desastre de pelo apelmazado que les queda detrás), potenciando con su presencia vestido de cofrade el Madrid rancio y trasnochado de las procesiones, las colas para ver al Cristo y demás parafernalia católico-surrealista,  con un equipo de gobierno en el que destacaban concejales como el señor Matanzo, probablemente el político más impresentable de la historia de la ciudad, incluida la dictadura militar, y dando preferencia absoluta al tráfico rodado hasta convertir la ciudad en un infierno cada mañana y cada tarde, cuando gobernaba, digo, por lo menos todo el mundo sabía a qué atenerse. A nadie engañaba, la gente que lo votaba sabía que lo hacía para que en Madrid ocurriera lo que estaba ocurriendo. Además es muy probable que el giro a la derecha que, durante esos años (los 90) poco a poco estaba dando la política nacional influyera de forma determinante en el sentido del voto municipal.

Pero después, en una hábil jugada político-mafiosa (nunca olvidemos el turbio asunto del Tamayazo) del Partido Popular, llegó el tándem Gallardón-Aguirre a nuestras vidas. Alberto Ruiz Gallardón es un político de la derecha que ha estudiado con provecho todos los recursos que el cultivo de la imagen puede ofrecer para que haya determinada gente ingenua que piense que “en realidad está más cerca del PSOE que de sus compañeros del PP”, gente ingenua que, por otra parte, también hubiera votado al PP de haberse presentado, que se yo, el señor Fabra, por ejemplo. Algunos votantes de la derecha llegan a la ingenuidad delirante de odiar a Gallardón por creerle “un rojo” o “un sociata encubierto”.  Ha conseguido, a través de unos pocos trucos sencillos, convencer a la gente de extracto borreguil (me refiero con ello a los votantes de derecha que viven en los distritos periféricos de Madrid) que es un político centrista y además, “un gran gestor”.

Gallardón es un político de enorme utilidad para la derecha, porque permite a gente, que siendo de derecha, tiene una especie de mala conciencia por serlo, o que sienten la necesidad de justificarse ante los demás por serlo, votarle y clamar según salen del colegio electoral “es que es una persona moderada, de centro, además de un gran gestor”.

Pero cualquier persona que, simplemente, se moleste en razonar un poco, se da cuenta de que detrás de Gallardón (cuyas supuestas opiniones más o menos públicas sobre el matrimonio homosexual, la cultura, la guerra de Irak, etc. son completamente gratuitas, es decir, no le suponen ningún coste), no hay más que lo mismo que había con el señor Manzano, o lo que hay en la señora Aguirre, a saber, un equipo de personas de derecha que cree firmemente en la política de derecha (concepto este de carácter exclusivamente empírico, porque nadie sabe cuales son los fundamentos de la política de derecha, ni siquiera los políticos de derecha).

Así, hemos padecido los últimos años en Madrid una política manifiestamente antisocial y anticultural, elitista, defensora de los intereses de las empresas constructoras, acomodaticia para los especuladores inmobiliarios de todo tipo, y que, eso sí, se ha propuesto cubrir el centro de la ciudad de losas de granito, no porque sea cómodo para los viandantes, sino porque es cómodo para los comerciantes, gremio que es otro de los poderes en la sombra de la ciudad. Detrás de Gallardón, se parapetan para intentar no salir demasiado en las fotos, por consejo de los asesores de imagen, un montón de concejales y concejalas de distrito, señores de puro en boca ellos (trasplantados directamente al siglo XXI desde las imágenes del público en el Bernabéu en un partido de los años 50) y señoras criadas a los pechos del ultramarinos de cualquier esquina ortogonal de las calles con nombres de militares del barrio de Salamanca ellas, señores y señoras, a los que les importa una higa el desarrollo, la mejora, la integración, la educación o cualquier idea, cuyo significado, por otra parte, desconocen, para aplicar a los distritos periféricos que gobiernan.

Pero además, “el gran gestor”, ha resultado ser “el gran despilfarrador” (y “el gran masturbador“ de Dalí, ahora que lo pienso), porque Gallardón no ha escatimado fondos (los nuestros, no los suyos, claro) en tratar de hacerse la campaña que necesita para postularse como próximo candidato del PP a presidente del Gobierno, meta a la que aspira desde que salió la primera encuesta de opinión en la que los españoles le valoraban como mejor político por encima de cualquier otro de su propio partido. Es decir, que las ambiciones de este hombre, producto de, ya digo, una inteligente campaña de imagen que se ha demostrado muy efectiva para borrar la carga de mala conciencia de un amplio sector de la gente de derecha, nos están costando un riñón, de tal forma, que la gente que pensamos que es una lacra para la ciudad, estaríamos dispuestos a firmar un documento en el que nos comprometiéramos a votarle para presidente del Gobierno, llegado el momento, con tal de que dejara de ser alcalde

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