domingo, 27 de marzo de 2011

COMPARACIONES ODIOSAS: LIBIA E IRAK



El portavoz parlamentario de Izquierda Unida Gaspar Llamazares, poco después de que la ONU, mediante resolución, aprobase el día 17 de marzo el establecimiento, entre otras medidas, de una zona de exclusión aérea sobre Libia “con el fin de proteger a los civiles”, lo que requeriría de una intervención (la cual se produjo a las pocas horas) de los países miembros para garantizar su cumplimiento, declaró que dicha intervención “es una barbaridad, no tiene nada que ver con los derechos humanos y guarda muchas similitudes y pocas diferencias con la guerra de Irak”. Además considera que el Gobierno se ha cargado el movimiento del “No a la Guerra” y la aprobación del Parlamento para las intervenciones militares en el exterior, esto último mientras salía de la Junta de Portavoces que preparaba la comparecencia del Presidente del Gobierno para dar cuenta de la participación española en el asunto, y que fuera convalidada (o no) por el pleno del Congreso, donde recibió la aprobación de todos los diputados excepto de los del grupo del señor Llamazares y los del BNG.

Y es que el señor Llamazares, al volante del autocar, ha llegado al cruce, ha ignorado lo que le indica el GPS, no ha hecho caso al resto de miembros de la excursión que todos le dicen que es hacia la izquierda, y ha tomado la decisión de girar a la derecha (izquierda y derecha sin connotación política), equivocándose de camino, y permaneciendo hasta ahora circulando por la carretera equivocada, puede que siendo incluso vagamente consciente de ello, pero no parándose para dar la vuelta por cabezonería, orgullo, ganas de llamar la atención, o cualquiera otra de las emociones que a veces nos hacen a los humanos despreciar la lógica y la coherencia. El señor Llamazares se equivoca. No se equivoca en estar en contra de la guerra, en general, (¿quién está a favor de la guerra, actividad que consiste básicamente en matar y destruir?), sino en considerar que uno puede huir de sus responsabilidades y escoger no hacer nada, como si un cirujano decidiera que, ante la peligrosidad de la operación que tiene por delante fuera mejor eludirla y dejar morir al paciente que afrontar su obligación. La postura del señor Llamazares (y la de con él, mucha gente de izquierda que, en mi humilde opinión, simplemente no se han parado a pensar esto demasiado tiempo) es la de la persona a la que le da igual la realidad que tiene delante de los ojos, sus opiniones no se ven influidas por ella.

En primer lugar, en Irak no había ninguna guerra. La guerra la comenzó la invasión de un ejército compuesto casi exclusivamente por estadounidenses y británicos (con el vergonzoso y doloroso apoyo español), que pretendían, simplemente, apoderarse de un país, tratando en principio de engañar a todo el mundo clamando la existencia de unas supuestas armas de destrucción masiva en su territorio en cuya realidad no creía absolutamente nadie, intoxicando después a la opinión pública con supuestas pruebas de la relación de los iraquíes con el 11-S (lo cual tuvo algo más de éxito entre la histérica por el efecto de ese atentado opinión pública americana, pero sólo temporalmente) y finalmente apelando a las barbaridades que, como todos los sangrientos dictadores de todos los países de la zona, había cometido históricamente Sadam Hussein, para justificar lo injustificable (es decir, aprovechar el movimiento de simpatía mundial hacia los EEUU, su propia legitimación para buscar justicia tras la masacre del 11-S, con el fin de montar una operación destinada a depredar un país rico en petróleo y en oportunidades para las voraces empresas contratistas que viven a costa de su presupuesto público). En Libia, sin embargo, la guerra existía ya sobre el terreno, estaba causada por la respuesta brutal y sanguinaria que el régimen del no menos despiadado y medieval Coronel Gadafi aplicó a las manifestaciones en pro de un cambio democrático que se fueron sucediendo en el país, sustentadas en el ánimo de lucha que la gente con alguna conciencia democrática (gente joven que simplemente no entiende por qué ha de vivir en un régimen autocrático como si fuera una condena a los de su raza), contagiados por los éxitos previos de las revoluciones de Túnez y Egipto, y que finalmente, decidieron armarse, organizarse y combatir al tirano, y sólo cuando este grupo rebelde estaba notoriamente a punto de ser derrotado, atrincherado en una ciudad sometida a los bombardeos de la artillería del ejército leal a Gadafi (ejército compuesto en una buena porción por mercenarios reclutados y armas adquiridas a base del pago en efectivo de, según algunas fuentes, los varios miles de millones de dólares que el clan Gadafi había ido rapiñando de los contratos con las empresas básicamente petroleras occidentales que operaban en el país, lo cuál da pie a que los sectores contrarios a la intervención clamen contra la hipocresía de occidente, como si occidente tuviera el poder de establecer la aplicación escrupulosa de la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas en los países que le suministran el petróleo y como si no supiéramos todos que los negocios en el tercer mundo son un estercolero) el resto del mundo se planteó hacer algo al respecto.


Porque aquí, la clave, la pregunta que hay que hacerse obligatoriamente, se esté a favor o en contra de la intervención es ¿cuál hubiese sido la alternativa? ¿Qué hubiera supuesto no intervenir?. Para responder a esto sólo basta recordar la sarta de declaraciones nazi-fascistoides que el impresentable del hijo de Gadafi vomitaba al comienzo de la rebelión, amenazando con “ríos de sangre” si esta no cesaba, y que nos lleva a pensar que, en caso de que la comunidad internacional hubiera promovido simplemente actuaciones “diplomáticas” o de “protesta” o cualquier otra acción inútil destinada a ser recordada en el futuro como la típica política del avestruz que tantos males (recordemos siempre la actitud europea ante el ascenso de alguien como Hitler, por ejemplo) nos ha causado, dichos ríos de sangre habrían corrido tiñendo de rojo ese país, mientras, probablemente, los ahora partidarios de la no intervención estarían clamando contra la complicidad occidental con el amigo Gadafi.

Y es que la lógica huye cuando se sostiene al mismo tiempo que Gadafi era amigo de occidente y que es hipócrita tratar de frenarle, o que se interviene en Libia porque interesa (¿?) pero no, por ejemplo en Bahrein o Yemen (con lo cual el “No a la guerra” se convierte en un lema elástico cuyo significado se oscurece y sólo conocen ya algunos iniciados), o, en fin, cuando se coincide con la lógica ad hoc del Partido Popular y las portadas de sus medios de comunicación (“Zapatero dice sí a la guerra”) que únicamente tratan de lavar su mala conciencia con la, esta sí, absoluta barbaridad de la guerra de Irak, cuyas consecuencias, en forma de contaminación radioactiva del debate, estamos aún, al parecer, pagando todavía. Esperemos que no sea por mucho más tiempo.

2 comentarios:

  1. ¡Esta sí, esta no, esta guerrita me la quedo yo! A ritmo de salsa o bacalao, los políticos juegan y hablan, mientras permiten que sus empresas bélicas, amparadas por gobiernos puritanos, venden armas a cualquier otro país de inferior categoría, sin mirar mucho de dónde sale el dinero, ni para qué van a ser utilizadas. Estamos en un libre mercado de oferta y demanda de armas. Cuando se monten los conflictos, ya nos rajaremos las vestiduras, y seguiremos vendiendo más armas a otros...Que tomen ejemplo. "El país pobre que no se arma, no vale nada".

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  2. Lo dicho, "hay mucha gente de izquierda que no se ha parado a pensar en esto demasiado tiempo". No creo en absoluto que lo que ha pasado en Libia haya estado motivado por la venta de armas, ni vía exportaciones "legales" ni vía mercado negro. ¿Por qué nos cuesta tanto admitir que se trata de gente que está luchando por librarse de un tirano abyecto? ¿Qué estaríamos diciendo si Gadafi estuviera bombardeando ciudades y la comunidad internacional lo estuviera presionando nada más que diplomáticamente? Pues diríamos que Irak si interesaba y ahora los rebeldes libios no, o algo por el estilo.
    La ONU es una organización débil e imperfecta, pero lo que no podemos hacer es oponernos sistemáticamente haga lo que haga.
    Yo sigo y seguiré intentando razonar con la gente que piensa como tú, y por tanto te agradezco mucho el comentario. Saludos.

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