domingo, 6 de marzo de 2011

1984: EL TOTALITARISMO IMPOSIBLE



En 1984 el estado totalitario ha alcanzado un nivel de perfección tal que su derrota es completamente imposible. Este estado (al lado del cual la Rusia estalinista y la Alemania nazi parecen comunas hippies) ha conseguido penetrar en las mentes de las personas y configurarlas a su conveniencia, derrotando a la ciencia e incluso a la lógica, ha logrado controlar el pasado mediante su adaptación continua al presente más conveniente (manteniendo una estructura funcionarial exclusivamente dedicada a la modificación constante de los testimonios escritos, hipérbole de las famosas manipulaciones fotográficas ejecutadas por la URSS estalinista en las que desaparecían aquellas personas que por haber sido purgadas, es decir, asesinadas, su presencia al lado de los líderes del partido en el pasado debía ser borrada de la memoria) para el Partido, entidad omnipresente y omnipotente que controla la vida humana en todos sus extremos.

George Orwell, que sostuvo durante la guerra que a su término iba a ser inevitable un estado totalitario (fascista o comunista) en Inglaterra, escribió esta novela de ciencia ficción social en 1948 y, al parecer, decidió transponer las dos últimas cifras del año en el que vivía para titularla, emplazando así su relato en el futuro, pero en un futuro alcanzable, quizá imaginable, y poniendo en una relación causa-consecuencia, mediante ese sencillo juego, el presente que vivía con el futuro que podía derivarse de él (Thomas Pynchon señalaría en su prólogo a una reciente edición inglesa del libro que el protagonista de 1984 tiene la misma edad que tendría en ese año el hijo que Orwell había adoptado por aquella época, y que por tanto, el autor inglés quizá estuviera pensando en un posible porvenir para esa generación, lo cual nos lleva a concluir que más bien estaría exorcizando esa posibilidad, dado el insondable horror que la novela describe y que nadie querría para sus hijos).

En 1984 vemos muchos rasgos del presente existente en 1948. Para empezar Londres sigue siendo la misma ciudad mísera, ruinosa y harapienta de la posguerra mundial, en la que incluso caen unas bombas que se parecen muchísimo a los cohetes V2 alemanes y donde cosas como el chocolate, el tabaco o el vino son lujos al alcance exclusivo de los más privilegiados. Tres años antes se había celebrado la conferencia de Yalta en la que los aliados (representados por Stalin, Roosevelt y Churchill) habían sentado las bases del futuro reparto del mundo en dos bloques, más el reconocimiento de China como potencia, configurando así el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Estos tres ejes (Oceanía, Eurasia y Asia Oriental) enfrentados entre sí en una guerra interminable y autoalimentada que es, a su vez, un instrumento de control de las masas (de ahí uno de los famosos lemas paradójicos, “la guerra es la paz”, por los que se rige el Partido, y que tiene muchísimo que ver con la Guerra Fría que se atisbaba en el horizonte) son los que Orwell imagina en su novela.

1984 es una crítica al totalitarismo, sí, pero al mismo tiempo nos está mostrando la imposibilidad de que el totalitarismo llegue a triunfar como sistema político. Funciona como una advertencia al mundo acerca de lo terrible que pueden llegar a ser esos regímenes políticos, pero también es una advertencia a los partidarios de los mismos acerca del hecho de que, por su propia naturaleza, es imposible que duren eternamente (si bien es verdad que pueden alargarse durante alguna generación, como pasó en el Este de Europa o, sin ir más lejos, como ocurrió en nuestro propio país, pero no hay más que ver lo que está sucediendo ahora mismo en el norte de África para darse cuenta de la verdad de esta afirmación) porque su esencia es antihumana, y no es posible gobernar a los hombres contra su propia esencia. Pero como vivimos en un mundo imperfecto en el que las cosas tienden a ser grises y es muy difícil ver puros blancos y negros en nada, es cierto que algunas de las cosas que vemos reflejadas en 1984 es posible reconocerlas hoy en nuestras democracias capitalistas occidentales. Así, el concepto de doublethinking (la aceptación por nuestra mente del hecho de pensar una cosa y su contraria) es fácilmente aplicable a muchos de los acontecimientos políticos  que suceden a nuestro alrededor a todos los niveles (no hay más que pensar en la guerra de Irak, o, en general, en todas las actuaciones esencialmente cínicas o hipócritas de nuestros mandatarios, o siendo más provincianos, no hay más que ver la foto de estos días en la que, un forzadamente sonriente Francisco Camps -sonriente es una especie de pleonasmo en el caso de este y otros dirigentes políticos los cuales deben acabar sus jornadas con intensos dolores en los músculos de sus rostros, ejercicio que es en sí mismo otro ejemplo de “doblepensar”- aparece firmando un manifiesto contra la corrupción) y es, asimismo, fácil darse cuenta de su presencia silenciosa en el mundo del marketing y la publicidad.

Aunque aquí hayamos comentado esta novela desde sus aspectos más generales y políticos, 1984 no deja de ser un relato literario apasionante, una narración inolvidable, que está destinada a dejarnos una huella imborrable y cuya lectura, en general, y con buen criterio, obligatoria para los estudiantes, es imprescindible para cualquier interesado en llegar a comprender las claves de nuestro mundo. No se la pierdan.

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