sábado, 2 de abril de 2011

EL PODER DEL PERRO: EL ESTILO EN ACCIÓN



Cuando uno se descubre deseando coger el abarrotado metro madrileño en la hora punta de la mañana (o en el momento de la vuelta del trabajo, con la cabeza más o menos cargada y la capacidad de concentración notablemente mermada) para así continuar la lectura de un libro, y cuando hay días en que la lectura de ese libro es lo más reconfortante que ha sucedido a lo largo de la jornada, entonces uno vuelve a creer en los pequeños milagros cotidianos y se reconcilia con el dios de la narrativa, la fe en el cual andaba en los últimos tiempos quizá un tanto tambaleante. Por eso hoy quiero encender una vela bajo la imagen de Don Winslow y su El poder del perro (igual que lo hacen constantemente ante los extravagantes santos mexicanos los personajes de su extraordinaria novela, tan familiarizados con el dolor y la muerte y tan necesitados de redención casi a diario) y rezar para que se materialice el, por ahora sólo rumor (si bien confirmado por el propio autor, que no niega los contactos), según el cual la HBO estaría proyectando producir una miniserie basada en la acción continua sin permiso para respirar que los acontecimientos torrenciales narrados en ella nos depara.

Y es que el que les habla no había dado en mucho tiempo con algo escrito a un ritmo tan frenético que resulta difícil asumir el continuo flujo de cambios en la situación de lo narrado que se van produciendo sin descanso página a página, incluso párrafo a párrafo (línea a línea en realidad, porque Winslow utiliza en los momentos álgidos un lenguaje seco y concentrado, al estilo del maestro Ellroy, donde bastan un sujeto y un verbo para contarnos lo que sucede, creando un efecto impactante y estilísticamente muy atractivo). Es cierto que por el camino perdemos información, que lo desconocemos prácticamente todo del carácter de los personajes, de sus motivaciones o de sus emociones profundas, pero no nos importa: lo aceptamos gustosos como el precio a pagar a cambio de lo mucho que Winslow nos hace disfrutar a golpe de acción desnuda, tan depurada de los adornos inútiles que pueblan tantas otras novelas negras con pretensiones líricas o épicas, que uno se da cuenta de lo difícil que debe ser en literatura acertar con el estilo (con la forma adecuada al fondo) y lo meritorio de conseguirlo.

Porque estamos ante el dramatis personae del núcleo duro de la historia del tráfico de drogas de los últimos años (y sus consecuencias políticas) desde el lado mexicano de la frontera (un país donde absolutamente todo está en venta y en el que sólo hay que encontrar el precio adecuado a cada caso, como bien saben los todopoderosos miembros de la familia Barrera) en dirección al lado estadounidense (donde los intentos por acabar con ese tráfico se convierten en la lucha heroica al principio, trufada de desencuentros con sus colegas y superiores, y contaminada de implicaciones personales después, del agente especial de la DEA Art Keller, quien tiene la ventaja de transformase fácilmente en Arturo Keller dado que su madre era mexicana, que cuenta con un turbulento pasado como agente de la CIA que efectuaba operaciones sobre el terreno en Vietnam y cuyos truculentos resultados aún le persiguen en forma de pesadilla, y que tiene el único apoyo del lado mexicano de un grupo de agentes intocables encabezados por el durísimo agente Ramos).

Con todo, lo más impresionante del libro (para cuya elaboración el autor tardó 5 años) es la sensación de autenticidad profunda que transmite (producto de un trabajo de documentación tan completo, que, si bien los personajes son ficticios, por momentos pareciera que estuviéramos ante la Gomorra norteamericana) y es la conjunción entre esa veracidad y la acción trepidante lo que hace que la novela resulte especial. Nos parecen totalmente verosímiles (y por eso nos conmueven tanto) todas las historias particulares de los distintos protagonistas de la novela, cada uno procedente de una subsección del mundo del hampa (por supuesto los señores de la droga mexicanos y colombianos, pero también la mafia italo-americana y la más de andar por casa, pero no por ello menos sanguinaria banda de irlandeses procedentes del cinematográfico barrio de Hell’s Kitchen en Manhattan, junto con toda una serie de personajes que se mueven con sorprendente fluidez entre los malos y los buenos, y cuyo testimonio podría hacer caer gobiernos de un plumazo) las cuales van a confluir al río principal por el que circula la cocaína que procede de los campos de cultivo mexicanos y colombianos, pero también los oscuros intereses anti-izquierdistas norteamericanos y (un invitado que tampoco se pierde ninguna fiesta) de la alta jerarquía de la iglesia católica, que ahogan cualquier intento de racionalizar el problema para combatirlo de raíz.


En una entrevista, Winslow (que aboga por la legalización como la solución más racional para luchar contra la droga) aclaró que el título del libro está extraído de un salmo del antiguo testamento, según el cual el poder del perro se refiere a la habilidad de los ricos y los poderosos de oprimir a los pobres. Si algo queda claro después de leer esta novela es que el tráfico de droga significa dinero y el dinero significa poder, y el poder no se destruye a si mismo. El perro sigue y seguirá siendo poderoso.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por la reseña. Dan ganas de correr a la librería a comprar esta novela. Y gracias por la información. Saludos.

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  2. Gracias a ti por el comentario. A un cinéfilo como tú esta novela le va a parecer "cine escrito" (Y, por cierto, welcome back)

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