sábado, 19 de febrero de 2011

LA LINTERNA ROJA: BELLEZA ALMACENADA



El bello rostro de Gong Li llena la pantalla de la primera secuencia de esta obra maestra del cine de todos los tiempos (La linterna roja, Zhang Yimou, 1991) . Está decidiendo su futuro. Pensar en él a ella le provoca el llanto, pero a nosotros esas lágrimas nos arrastran apasionadamente al interior de la película, y nos anuncian que vamos a asistir a un drama sobre los sentimientos humanos, una narración en la que van a ser protagonistas sus actores, sí, pero también, y sobre todo, como esos secundarios que acaban robando los planos, el amor, el odio (acompañado de sus causas, la envidia y la codicia, y de sus consecuencias, la crueldad y la mezquindad), la venganza y la pasión, servidos en diferentes cuencos, para que podamos degustarlo todo, y mezclarlo, como en la comida china.

El drama se produce en el interior absolutamente aislado y hermético de un laberíntico palacio que es una metáfora perfecta de esas pasiones humanas. Las mujeres (cuatro esposas de un mismo amo al que en ningún momento vemos en primer plano, de la misma forma que para ninguna de ellas es un verdadero esposo, así como alguna de las criadas, envenenadas por el deseo de lo imposible), que habitan en casas idénticas, en cierta forma aisladas, que son como belleza retenida y almacenada, remansada por el paso del tiempo, cuya ambición común es ser las elegidas para pasar la noche por su señor (elección que este efectúa, en un ritual diario, mediante la colocación al lado de la afortunada de una lámpara de papel rojo), pero cuyo carácter es distinto y ocasionalmente, irreconciliable, son las que portan esas pasiones, positivas y negativas. Zhang Yimou es el maestro del color simbólico (el uso del cual alcanza otra cumbre en su película Hero, uno de los espectáculos estéticos más bellos del cine reciente), y solamente con captar el tono de los filtros con los que va tiñendo la imagen o el color encendido y abrumadoramente bello de los vestidos suntuosos (jugando con un vestuario mezcla de rojo y azul, para indicarnos cuando la pasión, como las linternas que dan título a la película, está encendida y correspondida y cuando apagada y muerta o cuando está dejando de ser una cosa para ser otra) que harían más atractiva a cualquier mujer, pero que parecen un aditamento sin importancia en el caso de Gong Li (Songlian, la cuarta dama o esposa, cuya historia desde que llega a ese mundo es lo que nos narra película), somos capaces de entender el derrotero por el que la película avanza en ese preciso instante (también hay colores neutros y un color negro que simboliza el odio).


La linterna roja se desarrolla en dos planos que son también los dos niveles del palacio: el nivel del suelo, donde tienen lugar las relaciones formales, ritualizadas hasta lo ridículo, últimos estertores de una tradición milenaria a la que le queda poco para quedar enterrada en los libros de Historia (y en cuyo reflejo en la película algunos comentaristas han querido ver una alegoría de la China comunista, alegoría que yo, sinceramente, no soy capaz de ver, o más bien, sí, pero por el simple hecho de que si nos empeñamos, como lo hicieron, por cierto, las propias autoridades chinas que prohibieron su exhibición durante algunos meses, podemos ver notas alegóricas hasta en un papel en blanco), pero cuya belleza visual (cada encendido o apagado de las, cargadas de connotación erótica, linternas rojas es un precioso ballet, como lo es cualquiera de las tareas del ejército de criados, bonitas de contemplar, a la manera en que lo son los cambios de guardia de los palacios reales europeos) nos maravilla y emociona, y el nivel del techo, donde se producen las relaciones informales, allí donde tienen lugar los encuentros secretos entre las esposas, donde pueden compartir confidencias, secretos, confesiones, el lugar en el que se encuentra, también, el amor potencialmente verdadero para nuestra Songlian (con la preciosa música procedente de una flauta, tan cargada de significado para ella, como reclamo), y, en fin, donde también habitan el temor, la amenaza, el peligro y, dentro de una caseta cerrada con un candado, la muerte.

Todos estos ingredientes (y algunos más, como la exótica música oriental que suena en los momentos álgidos, o la sinfonía de percusión que acompaña a los criados y sus ceremonias, o el canto de libertad con el que la tercera dama, antigua cantante de ópera, busca compensar su agonía), hacen que La linterna roja sea una película de contemplación obligatoria para cualquier aficionado, no ya al cine, sino a como el cine puede filmar la belleza en todas sus dimensiones, y como, otras tradiciones y su cultura, pueden proporcionarnos placer estético. Gracias, China.

2 comentarios:

  1. Coincido contigo en tu apreciación de esta película, que me parece, igual que a ti, una obra maestra de todos los tiempos. Qué pena que el director derivara, en sus últimos films, hacia esas películas legendarias, donde su innata habilidad para la estética está al servicio de la nada.
    Y otra cosa: siempre he encontrado semejanzas profundas entre La linterna roja y La casa de Bernarda Alba: la (casi) ausencia de personajes masculinos, la tradición como machacadora de la mujer (que además, no sólo acepta, sino que transmite esa tradición), las relaciones tensas entre las diferentes mujeres y las diferentes clases sociales... Es lo que tienen las obras maestras: que son prismas de mil caras. Un saludo.

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  2. Tienes razón en que Zang Yimou, a partir de Hero se ha dedicado a películas con más estética que contenido, pero no dejan de ser un goce para la vista (que es mucho más de lo que se puede decir de gran parte del cine occidental). Me parece acertadísimo el paralelismo que haces con Bernarda Alba, incluso también hay mucho uso del simbolismo de los colores en esa obra. Un saludo y gracias por tus comentarios, que siempre tienen sustancia.

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