jueves, 10 de febrero de 2011

CARNIVALE: EL TERROR SEGÚN LA HBO



Los buenos creadores audiovisuales son conscientes de que el terror más efectivo nace del miedo a lo desconocido (un miedo que llevamos grabado a fuego en nuestros genes) y de que las épocas de crisis e incertidumbre son propicias para que lo irracional crezca y se propague como una epidemia a través de nuestras cansadas y débiles mentes, empobrecidas por el hambre, la enfermedad o el sufrimiento. Esta es la máxima de la que parte la serie Carnivàle (HBO, 2003-2005), de la que muchos opinan que se trata de la mejor serie de televisión producida hasta ahora por ese milagro de nuestros días que es el canal de cable norteamericano HBO (lo cual es probablemente equivalente a decir que se trata de la mejor serie de televisión de todos los tiempos), y eso a pesar de que estamos ante un producto inacabado, que sólo pudo extenderse a lo largo de dos temporadas y que expiró por falta de financiación (puesto que se trata de una producción de época en la que no se escatiman medios para que el espectador piense, dios mío, el sur de EE.UU. al comienzo de la década de los 30 debía ser exactamente así, de la misma forma que Deadwood hace que se borre de un plumazo la imagen más realista del Farwest que uno atesoraba en su cabeza antes de verla) y que, como ha reiterado varias veces Carlos Boyero en sus impagables chats de los jueves en El País, contiene varias de las imágenes más genuinamente inquietantes vistas en una pantalla (de cine o de televisión) en los últimos tiempos.

Y es que el arranque no puede ser más prometedor, cuando lo primero que aparece en imagen es un primer plano del señor Samson (irónico nombre), un Michael J. Anderson (el famoso "hombre del otro lado" de la serie Twin Peaks, cuyas apariciones hablando al revés en aquella habitación roja en los sueños del agente Cooper, junto con el resto de prodigios de aquella producción, debidos a esa mente delirante y maravillosa que tiene David Lynch, hicieron comprender a los miembros de nuestra generación que una nueva frontera para la creación televisiva se había derribado, y cuya elección en el casting no pudo ser casualidad, sino que es muy posible que se quisiera traer a Carnivàle el efecto que desde entonces su presencia produce en pantalla, sobre todo en una serie que debe muchísimo al mundo de ese director), que a través de una calculada penumbra, desde un lugar indeterminado, nos recita lo siguiente:

“Al principio de los tiempos, tras la gran guerra entre el cielo y el infierno, Dios creó la tierra y le concedió su dominio a un astuto simio al que llamó hombre. De cada generación nació un hijo de la luz y un hijo de las tinieblas. Grandes ejércitos se enfrentaron de noche en la antigua guerra entre el bien y el mal. Y apareció lo mejor y la nobleza y una inimaginable crueldad y así fue hasta el día en que un falso sol estalló sobre Trinidad y el hombre decidió cambiar para siempre el milagro por la razón”


Críptico enunciado que, aparte de enganchar a cualquier espectador  (al que imagino abriendo poco a poco los ojos hasta ponerlos casi como platos, para pasar a contemplar la escena del sueño/fantasía/realidad del, ya, a estas alturas, famoso sueño del hombre del tatuaje con el árbol persiguiendo a Ben Hawkins -el héroe apasionadamente humano de la serie- y comprender que se encuentra ante algo completamente diferente) contiene, uno por uno, los elementos esenciales del argumento que constituye la carcasa sobre la que se construyen los 24 episodios que se llegaron a rodar de Carnivàle, y del que uno, poco a poco, va comprendiendo las claves, a un ritmo exigentemente lento, por supuesto, diferente al de cualquier otra serie más o menos convencional, pero sí adecuado al relato que se pretende contar, que, como pasa en otra de las cumbres de la HBO como es The Wire, tiene más de literario que de cinematográfico.

Por tanto, uno está en todo momento deseando resolver los enigmas que envuelven, casi como una neblina presente en todas las imágenes, el desarrollo de la serie, pero, la creación de los personajes es tan acertada (miembros de un circo ambulante que recorren pueblo a pueblo, por caminos sometidos al legendario Dust Bowl -las continuas tormentas de polvo que en la época se producían como consecuencia de una sequía de proporciones bíblicas que se combinó con una explotación agrícola demasiado intensiva de las tierras a lo largo de toda Norteamérica- una ruta que sólo el inconcebiblemente inquietante patrón conoce y da sentido, mientras que, paralelamente, se nos muestra la historia de un pastor metodista que se revela como uno de los hijos a que se refería el enunciado del señor Samson) que uno también quiere conocer, necesita imperiosamente en algunos casos saber, cuál es su pasado, que se imagina difícil y tormentoso, novelesco y apasionante, y del que poco a poco vamos deduciendo el bizarro presente.

Carnivàle contiene muchas más cosas, es una de esas creaciones densas en detalles (empezando por la cabecera con la que a mí me ocurrió que, al contrario de lo que hago en otros casos, no me importó verla las 24 veces) y que, recomiendo abiertamente, consciente de que no es apta para todos los paladares. Eso sí, mejor no verla solo ni a altas horas de la noche... Que demonios, todo lo contrario.

2 comentarios:

  1. Una lastima el final, pero bueno... a falta de presupuesto lo resolvieron muy bien.
    Me dieron a entender que la historia se repite y se repite.
    Muy buena critica, Saludos.

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  2. Tienes toda la razón: una lástima el final, y una lástima que no hubiera dinero para continuar esta maravilla. Y, efectivamente, acuérdate de lo que dice el Sr. Samson al principio "...De cada generación nació un hijo de la luz y un hijo de las tinieblas...": ¿Te imaginas que en la siguiente temporada nos hubieran situado en otra generación, digamos en la 2ª G.M.?
    Gracias por pasarte por aquí y un saludo.

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