sábado, 16 de abril de 2011

MUERTE ENTRE LAS FLORES: RESURRECCIÓN DE GÉNERO



Los géneros en el cine se parecen a esos discos que todos tenemos olvidados en un rincón de nuestra casa. Durante mucho tiempo su música no nos ha llamado, hasta el punto de que puede que, a pesar de que hubo una vez en que contenían nuestras canciones favoritas (que probablemente pusieron la banda sonora a una época de nuestra vida), los hayamos olvidado completamente. Pero un día surge algo, un pensamiento nostálgico, un tropiezo casual y, casi con curiosidad, reproducimos esa música otra vez algo extrañados por lo remoto de sus recuerdos. Y de pronto, si bien nosotros no somos ya los mismos, volvemos a sentir una renovada euforia. En 1990 nadie pensaba que el cine de gansters pudiera dar más de sí y mucho menos que pudiera ser, de alguna forma, renovado. Sin embargo, ese año se estrena Miller’s Crossing (Muerte entre las flores, 1990, Joel y Ethan Cohen) y el género no sólo resucita, sino que experimenta una renovación tal, que todo lo que se ha hecho posteriormente en este campo ha tenido que contar con su referencia de forma obligatoria.

Y, sin embargo, Muerte entre las flores no deja de ser cine negro clásico con todos los ingredientes que lo hacen reconocible: una época concreta (alrededor de 1929), una ciudad corrupta (que no se explicita en el film, aunque se rodó íntegramente en Nueva Orleans dado el decorado natural que sus barrios intactos desde principios del siglo XX ofrecía), un chico listo como protagonista (un Gabriel Byrne en el papel principal que le consagró como el gran actor que es y sigue siendo), una muñeca jugando con fuego, jefes, lugartenientes, matones, políticos y policías corrompidos hasta la médula, y en fin, una guerra entre bandas en la que todos los jugadores juegan sus cartas (con una marcada tendencia a ir de farol) y donde la vida vale tan poco que nadie es capaz de pensar demasiado en el futuro.

Pero en esta película, los hermanos Cohen (que ya habían ofrecido al mundo Sangre fácil y Arizona Baby, pero a los que quizá todavía no se les consideraba nada más que unos directores con gran potencial, portadores de aires de renovación, pero que aún no destacaban sobre un numeroso grupo de gente que podía ser descrita de la misma forma) se reivindican como los inventores del cine negro posmoderno, actualizan sus códigos para que sean reconocibles por los habitantes del mundo de finales del siglo XX y elaboran un guión (tan complejo que a lo largo de su composición sus autores estuvieron largo tiempo bloqueados, se vieron obligados a cambiar de aires en búsqueda de la inspiración e incluso llegaron a dejarlo completamente para escribir el de otra de sus obras maestras, Barton Fink, de la que en esta película se hacen traviesas referencias) que ha pasado a ser lo que podríamos denominar un clásico moderno. Toda esa complejidad reside en realidad dentro del incansable cerebro del frío, manipulador e inteligentísimo Tom Reagan, capaz de usar su irresistible labia cual Iago shakesperiano (hay bastante Shakespeare en esta película, y no sólo el reflejo del malvado personaje de Othello) para calentar los oídos de sus embaucados jefes y hacerles hacer lo que exactamente quiere que hagan. Sus habilidades van más allá: es capaz de recomponer adecuadamente el rompecabezas tantas veces como los inesperados acontecimientos lo requieren y además, tiene la suerte (mucha suerte, toda la que no le sonríe en sus apuestas, las cuales le llevan a la mala racha que está en la raíz de todas sus tribulaciones) de su parte. Pero Tom Reagan es una especie de héroe posmoderno: le vemos desafiar a la muerte no con valentía, sino con indiferencia, con el tedio existencial del que sabe que, tarde o temprano, tendrá que mostrar las cartas y descubrir su propio farol. 


Con todo, uno de los mayores alicientes de la película (y que es una constante en el cine de los Cohen, que parecen haber nacido con un don para transmitir lo que desean que hagan los elegidos en los no menos cuidados y acertados repartos) es la maravillosa dirección de actores, la cual consigue mezclar a la perfección las altas dosis de caricaturización que contienen varios de los personajes (como es el caso de John Turturro, con su interpretación del chantajista, en todos los sentidos, Bernie Bernbaum, y sobre todo de Jon Polito, que borda su versión de mafioso italiano, con una familia que parece sacada directamente de una pesadilla, y que luce sudoroso, gritón, histérico, incluso ridículo, pero cruel y letal cuando la ocasión lo requiere) con la elegancia y/o inteligencia de otros (el ya citado protagonista, pero también el jefe de la banda irlandesa, Leo O'Bannon, interpretado por el impecable Albert Finney, que transmite personalidad e intensidad a la vez que un punto de ironía a su personaje).

Si a todos estos ingredientes le sumamos el desarmante desarrollo de las escenas, diseñadas con exquisita habilidad para buscar siempre la sorpresa del espectador, no siendo nunca lo que parece al principio que van a ser, pero nunca terminando tampoco en la forma en que el cine en manos de gente con menos imaginación nos depara, o el punto poético que, sobrevolando todo lo anterior, los Cohen son siempre capaces de inyectar en sus imágenes, obtenemos una película moderna sobre un tema clásico, una nueva forma de ver un género, un regalo y un canto a la capacidad de renovación del cine. Esto ocurrió hace 20 años, pero el talento de estos genios (como demuestra Valor de Ley) continúa dando frutos. Sigue la renovación.

2 comentarios:

  1. Me encanta esta reseña de una de mis películas favoritas. Por cierto, nunca he leído en ningún sitio que haya alguna conexión con los cómics de Will Eisner ni con Cosecha roja, de Hammett, y ambas referencias a mí me parecen muy claras. Saludos.

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  2. Gracias Atticus. A mi es una película que me hizo ver el cine de otra manera, empecé a entender lo que significaba la libertad creativa, y estos tíos, los Cohen, tienen para exportar. He visto que la wikipedia en inglés sí habla de dos referencias principales: la que tú mencionas y otra novela de Hammett, La llave de cristal. En cuanto a Will Eisner, te confieso ignorante total, sólo sé que es el autor de The Spirit, pero me has picado la curiosidad y le voy a echar un vistazo. Saludos

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