miércoles, 6 de abril de 2011

DAVID FOSTER WALLACE: THE PALE KING



Aquí dejo traducida (artesanalmente por mi) una reseña publicada el 31 de marzo por el New York Times sobre la nueva novela de David Foster Wallace, The Pale King, a propósito de su inminente publicación:

RENTA MAXIMIZADA, EXISTENCIA MINIMIZADA
Por Michiko Kakutani

La obra magna de David Foster Wallace, La broma infinita, retrataba una América tan distraída y obsesionada con el entretenimiento que una película hechizante se convertía en una potencial arma terrorista, capaz de hacer que sus espectadores murieran de placer.

Su inacabada novela póstuma, “The Pale King”, que se desarrolla en gran parte en una oficina tributaria del Medio oeste, retrata una América tan invadida por el tedio, la monotonía y las regulaciones y reglas burocráticas carentes de sentido que sus ciudadanos están en peligro de morir de aburrimiento.

Por eso, esta densa pero con frecuencia conmovedora novela nueva surge como una especie de complemento de La broma Infinita, ya que demuestra que estar entretenido a morir o aburrido a morir son, en la visión de Wallace, las caras intercambiables de la misma moneda. Quizá, según comenta, “el aburrimiento se asocia al dolor psíquico debido a que algo que es aburrido u opaco falla a la hora de proporcionar estimulación suficiente para distraer a la gente de otro tipo de dolor más profundo que está siempre ahí”, digamos la consciencia existencial, “que somos diminutos y estamos a merced de fuerzas enormes y que el tiempo está siempre pasando y que cada día que perdemos es un día más que nunca volverá”.

La felicidad, sugiere Wallace en una nota Kierkegaardiana al final de su profundamente triste y filosófico libro, es la habilidad de prestar atención, de vivir el momento presente, de encontrar “regocijo segundo a segundo y gratitud ante el don de estar vivos”.

Aunque “The Pale King” fue recompuesta por el editor de Wallace, Michael Pietsch, a partir de páginas y notas que el autor dejó cuando se suicidó en 2008, se percibe menos como un manuscrito incompleto que como un compendio sin pulir de los temas, las preocupaciones y las técnicas narrativas que han caracterizado su obra desde el principio. Después de todo, Wallace siempre desdeñó el oscurantismo, y este libro expone su compromiso con la discontinuidad, su fascinación tanto con las pirotecnias postmodernas metaliterarias como con la narrativa microscópica y al antiguo estilo, y su interés cotidiano en la obsesión americana contemporánea por la autogratificación y el entretenimiento.

“The Pale King” es menos inventiva y exuberantemente imaginativa que las novelas previas de Wallace: no hay rebaños de hamsters salvajes deambulando por los campos, no hay desiertos creados artificialmente en Ohio, ni estatuas de la libertad como soportes publicitarios. Pero al igual que La broma infinita, retrata una América completamente controlada por el consumismo miope, y al igual que su primera novela “The Broom of the System”, lidia con espinosas cuestiones de identidad y las dificultades de comunicación.



Por turnos irresistiblemente brillante y pasmosamente aburrida (divertida, enloquecedora y elegiaca) “The Pale King” será objeto de examen minucioso por los aficionados de toda la vida por la luz reflexiva que arroja sobre la obra de Wallace y sobre su vida. Pero también puede acaparar la atención de los recién llegados, proporcionándoles una ventana (aunque una ventana imperfecta) por la que captar la visión de la condición humana que este escritor de talento inmenso refleja a partir de la vida en el centro del centro de América, hacia el final del siglo 20, de unas abejas obreras empleadas como devoradoras de cifras para el gobierno federal, preocupadas por sí van a ser remplazadas por ordenadores.

Narrada en capítulos fragmentados que arrojan luz estroboscópica al retratar una colección de personajes inadaptados, outsiders y excéntricos, la novela a veces se parece a una serie “The Office” que hubiera sido escrita por el cristal de aumento de Nicholson Baker. A veces parece una variación alucinatoria del “Winesburg Ohio” de Sherwood Anderson, proporcionando al lector un retrato coral de una comunidad del Medio Oeste, aunque en este caso, la comunidad no es un pueblo, sino el Centro Regional de Análisis de la Hacienda Pública en Peoria, Illinois, en 1985.

Hay pocos sobresaltos a lo largo del tiempo real de esta novela; más bien, las muertes y accidentes gráficos relatados en sus páginas son casi siempre parte de las historias de fondo de sus personajes. De hecho, “The Pale King”, es en cierta forma una oda al estatismo y la  perseverancia, a la capacidad humana para soportar todos los dardos y flechas de la monotonía y la desgracia diaria.

Entre esos personajes se halla una versión ficticia del propio autor (él declara que esta novela es en realidad unas memorias) que afirma que se cogió un año libre de la universidad para trabajar en la Hacienda Pública, “como un exilio de todo aquello que me había importado o que remotamente me había interesado alguna vez” y que es confundido allí por un empleado de alto rango también llamado David Wallace.

Este narrador que también se llama David Wallace dice que “soñaba con hacerme artista, es decir, alguien cuyo trabajo como adulto fuera original y creativo en lugar de tedioso o alienante”, y por momentos este narrador pareciera una versión factible del autor real que no se hubiera convertido en escritor (muy en la línea en que Harry Rabbit Angstrom se parece a una versión factible de John Updike).

El resto de personajes incluyen un desgraciado llamado Sylvanshine, que se considera a sí mismo como un tipo vacilante y aburrido, el compañero Cusk, que se avergüenza de su tremenda forma de sudar, el ejecutivo Stecyk, que fue un insufrible niño bueno, una bella mujer llamada Meredith, que pasó una temporada en el manicomio, y un hombre joven llamado Lane A. Dean Jr. que se casó con su  novia embarazada aunque no la quería y ahora necesita proteger a su nueva familia.

Wallace se centra en la forma en que varios personajes llegaron a trabajar para Hacienda, que combinación de tics psicológicos, traumas infantiles, circunstancias económicas y azar les hizo caerse en el bebedero de patos y darle vueltas a la rueda de hamster que es la vida de los contables allí, moviendo papeles y números en una oficina mortalmente vulgar plagada de luces fluorescentes, estanterías modulares y  el implacable “susurro de la ventilación de fuente desconocida”.

Aunque al menos uno de los personajes alega que ser un contable es heroico (proporcionar orden en un mundo caótico, acotar y organizar un flujo torrencial de información), Lane Dean, por ejemplo, siente que el trabajo es “aburrido más allá de cualquier aburrimiento conocido por él”, y empieza a tener pensamientos suicidas.

“Se sentía justificado para afirmar que ahora sabía que el infierno no tenía nada que ver con fuegos o ejércitos helados. Enciérrese a un sujeto en una habitación sin ventanas para desempeñar tareas rutinarias lo suficientemente enrevesadas como para que tenga que pensar, pero aún así rutinarias,  tareas que incluyan cálculos que no tengan relación con nada que el sujeto haya visto nunca o pueda importarle, una pila de trabajo que nunca disminuya, y cuélguese un reloj a la pared donde pueda verlo, y déjese simplemente al hombre allí con sus propias invenciones mentales”.

No es sorprendente que una novela sobre el aburrimiento sea, con cierta frecuencia, aburrida. Es imposible saber si Wallace, con el libro acabado, hubiera decidido prescindir de esos pasajes, o si quería verdaderamente probar la tolerancia del lector para con el tedio (hacernos compartir la miseria de sus oficinistas, que nos traen a la memoria el héroe infeliz de “Something Happened” de Joseph Heller, o a alguno de los personajes exhaustos de Beckett, estancados en un limbo de espera y rutina eternas.

Hay una guerra de trincheras en la novela entre los empleados de  Hacienda de la vieja escuela, “observadores de la rectitud”, contra los nuevos con el deseo corporativo de “maximizar los ingresos”. Nosotros tenemos que abrirnos camino entre soporíferas conversaciones técnicas sobre “las diferencias entre las deducciones por propiedades en alquiler según las reglas 162 y 212(2)”, y marcadores de baseball cuantificadores de las batallas internas entre la jerarquía de la oficina de Hacienda. Incluso hay un capítulo que consiste en poco más que en una serie de trabajadores de la oficina pasando página tras página tras página.

Pero al mismo tiempo incluye algunas partes maravillosamente evocadoras que capturan las agotadoras inconveniencias de la vida diaria con precisión digital. La sensación pegajosa y nauseabunda de viajar sobre un planeta pequeño, abarrotado y alienante, embutidos con “hombres panzudos y  coloradotes, con trajes marrones de forro doble y trajes oscuros con maletines encargados en catálogos por correo”. O la sensación sofocante de estar atascado en un autobús decrépito, con ceniceros rebosantes de chicles y colillas, y el aire acondicionado “más bien un intento vago de acercarse a la idea abstracta del aire acondicionado“ que a la idea real.



En esta su obra más inmediatamente emocional, Wallace conversa en términos íntimos con las dificultades del transcurso de la vida diaria, y desvela estados mentales con la misma magia que aplica a la descripción pictórica. Transmite la cruda experiencia de tristeza profunda cuando el “viento de la desesperación” azota la vida de la gente, y el pánico de ser un pez “atrapado en las redes” de sus propias obligaciones, atascado en un trabajo miserable y necesitar “alcanzar la cuota mínima de ingresos mensuales”.

Por el camino, nos sirve escenas escalofriantes, de Gran Guiñol, incluyendo un horrible accidente de metro y otro grotesco relacionado con el arte industrial. Y nos hace percibir, con su magnífico poder de prestidigitación, la mismísima tierra de la América profunda que se sitúa en algún lugar entre la abuela Moses y Terciopelo Azul: los “campos de algodón” y “el río marrón como el tabaco bordeado por sauces llorones y monedas de luz solar”,  una “flecha de estorninos disparada desde una cubierta para el viento”, un “girasol, otros cuatro,  uno curvado, y caballos en la distancia rígidos y parados como juguetes. Todos cabeceando”

Esta novela nos recuerda el excepcional observador que era Wallace, un “perceptor” de primera clase, por usar un término de Saul Bellow, de la inmensidad del mundo a su alrededor, cronista de la información desbordante y las demandas que nos inundan, segundo a segundo,  minuto a minuto, y  del paisaje proteico y abarrotado en el que vivimos.

Era intentando captar esa realidad frenética y caótica (y los pensamientos llenos de matices, conflictivos y siempre cambiantes de sus personajes) cuando la prosa sinestésica de Wallace se desarrollaba tan prolijamente, sus frases se van desenredando en complicadas madejas de palabras, repletas de expresiones adjetivadas y exuberantes notas al pie. Y esta es la razón por la que sus novelas, relatos y artículos desafían lo trillado y crecen, crecen y crecen, como ramas de arbusto, con digresiones y apartes, porque en casi todo lo que Wallace dejo escrito, incluyendo  “The Pale King”, su objetivo fue usar las palabras para cazar y, en cierto sentido, domesticar la problemática asombrosa, multifacética y cacofónica que es la vida moderna americana.







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