sábado, 19 de marzo de 2011

FREEDOM: JONATHAN FRANZEN NO ES TOLSTOI



Las Correcciones, novela publicada en 2001 e inmediatamente anterior a Freedom (lo que significa que a Franzen le ha llevado 9 años escribir esta novela, cosa nada extraña si tenemos en cuenta que tardo otros 7 en escribir aquella) era una obra irregular que alcanzaba cotas memorables cuando ponía a sus personajes en situaciones risibles o esperpénticas, pero que bajaba de nivel a la hora de contar sus desgracias, las cuales, sistemáticamente no nos interesaban o lo hacían en menor medida (fueron para mi una dura lucha contra la tentación de abandonar la lectura las partes en que se narraban las alucinaciones del padre producto del parkinson o los retornos al pasado para describir los momentos psicoanalíticamente sustanciosos de la infancia del hermano pequeño o la relación enfermiza del matrimonio). Pero leí hace poco a Franzen decir en la revista Times (cuya portada ocupó en el mes de agosto del año pasado con el lema “Great American Novelist” impreso sobre su foto, nada menos), en una entrevista a propósito de Freedom, que mientras que en Las Correcciones había utilizado en parte a sus propios padres para retratar a los Lambert, en esta novela el trabajo había sido más arduo al utilizar personajes totalmente inventados, lo cual parecía, a priori, poder significar que la narración iba a estar más centrada en la parte de Franzen, que, como he descrito antes, más me gustó de aquella obra.  Y es cierto que Freedom es mejor novela, en ese sentido, que Las Correcciones, pero, por varios motivos, no creo que alcance los objetivos que busca (a saber: retratar el mundo contemporáneo contando la historia de una familia y de las personas con ella relacionadas, buscando la implicación emocional del lector con los personajes).

Porque, lo que uno se encuentra ya desde el principio de la narración es, básicamente, ironía y distanciamiento (la forma en que la familia Berglund es retratada a través de las conversaciones de sus cotillas vecinos, por ejemplo). Incluso cuando damos un paso más y nos adentramos a lo largo del relato para conocer las historias personales de sus protagonistas más de cerca, y comenzamos con el punto de vista de Patty retratada a través de una autobiografía terapéutica (de nuevo ironía y distanciamiento) descubrimos personajes exagerados, caricaturizados para causar efectos. De hecho, todo el leitmotiv de la novela se basa en la idea peregrina que el ultra-ecologista Walter Belgrund pone en marcha para salvar de la extinción a un pobre pajarillo, vendiendo su alma al diablo de la industria minera, que es en si misma un ejemplo de las cotas autoirónicas que Franzen es capaz de alcanzar. ¿Cómo implicarse emocionalmente con un personaje que hace algo tan rocambolesco? ¿Cómo mezclar la ironía y el distanciamiento con las emociones y la búsqueda de la identificación o, al menos, la implicación, del lector con estos personajes? De ninguna forma, no es posible, o al menos el intento no parece funcionar en esta novela (o no funciona conmigo). Y esa contradicción, cuando Franzen nos pretende involucrar en una tormenta de emociones al final del relato se manifiesta palpablemente. Y, claro, por otra parte, el problema de tener la ambición de retratar el mundo contemporáneo es que hay que incorporar a la novela, poniéndolos en relación con los personajes (que no son significativamente famosos ni poderosos), cantidades suficientes de hechos relevantes de dicho mundo, de tal forma que, uno a veces tiene la sensación de estar leyendo la historia de la familia Alcántara de Cuéntame, de tan implicados en que estos caracteres están en fregados como la guerra de Irak (demasiado forzada la historia de Joey como contratista), la controversia política entre los demócratas y los republicanos en EE.UU., el debate ecologista, etc.


Franzen es muy bueno riéndose de sus personajes, poniéndolos en situaciones absurdas, haciéndoles meter la pata una y otra vez (hay algo reconfortante en ver que los personajes de una novela se equivocan tanto como nosotros, los seres humanos de carne y hueso), usándolos de forma magistral para portar el mensaje que da título al libro: la libertad por sí misma, aunque es una aspiración legítima de los humanos, no da la felicidad, sino que ésta más bien proviene del grado de consecución de unos objetivos acordes con nuestra realidad que cada uno de nosotros podemos o no alcanzar.

Pero es como si, al igual que sus protagonistas, personas que tratan de huir al precio que sea de la herencia de sus familias que, sin embargo, sólo lo consiguen hasta el punto en que uno puede escapar de la acción de sus propios genes (lo vemos en la revelación de Patty por la que comprende que, después de tanto camino andado por su cuenta, ella no es más que una especie de actualización del carácter de su padre, y que la misma reacción de rechazo a esa forma de ser que ella experimentaba sin poder evitarlo en su infancia, es la que ha venido padeciendo por parte de sus hijos en los últimos tiempos, o en el carácter cada vez más intempestuoso de Walter, marca de la casa de una dinastía de suecos tercos y malhumorados y de un padre alcohólico, o en el propio hijo del matrimonio, Joey, huyendo literalmente a la tierna edad de 16 años del hogar para instalarse en la contigua casa de su novia, de padres republicanos y emprendiendo así un viaje independiente vital e ideológico, pero de ida y vuelta), él mismo quisiera, en un momento dado, escapar de esta dinámica para conseguir ser el Tolstoi del siglo XXI (meta que no sé hasta que punto es autoimpuesta o sospechosamente alentada por una crítica que sobrevaloró Las Correcciones y que está deseosa de presentar al mundo la famosa y escurridiza Gran Novela Americana cuya persecución a tantos escritores ha, probablemente, malogrado), y no pudiera, porque su forma de tratar a los personajes, para él inevitable, le ancla en otra forma de literatura.

El problema, como en tantas otras ocasiones, son las expectativas exageradas. Hay que leer y disfrutar Freedom (que, a pesar de sus más de 500 páginas disponibles por ahora sólo en inglés, tiene ingredientes de sobra para hacer de su lectura un ejercicio recomendable, desde los maravillosamente bien construidos diálogos, hasta las innumerables chispas de inteligencia que Franzen disemina aquí y allá en sus descripciones de personas y situaciones) sin ideas preconcebidas y pensando sólo que se está ante otra magnífica novela de un buen escritor. Ni más ni menos.

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, ha de leerse si se precia uno de buen lector y de intentar estar al día en cuanto a literatura se refiere, y de hecho, ayer por fin, le pude terminar, digo, al fin, porque para mí ha sido un poco frustrante desde el principio y eso que encima es un libro de peso, en el sentido literal de la palabra, al final salí un poco harta de la familia Berglund y sus pretensiones y sus frustraciones y sus vueltas de tuerca, y ese final, un poco digno de Walt Disney, no sé, me pensaré muy mucho volver a leer un libro de este escritor pero eso sí hay que leerlo, la actualidad literaria lo demanda.Gracias por tu entrada, es una lástima que la leyera al final de haber leido el libro, seguro que me hubiera ayudado a dejarlo en su momento.

    ResponderEliminar