En una de las primeras entradas de este autorreferente blog, hablábamos de After Dark, la última novela de Haruki Murakami antes de la aparición de 1Q84 y titulábamos la reseña “Murakami Dormido“. La verdad es que poníamos el libro a parir, probablemente es la crítica más dura que hayamos hecho a los hasta ahora 49 productos (y subproductos) culturales que han sido objeto de comentario en Todas las cosas. Sigo pensando que teníamos toda la razón del mundo (y he tenido ocasión de compartir esta misma opinión con otras personas), pero es verdad que, desde entonces, me he tomado como una especie de obligación hacia este escritor la de leer su siguiente novela (que no libro, en 2007 publicó un ensayo titulado “De que hablo cuando hablo de correr” del que he oído hablar bastante bien, por cierto) y tratar de reseñarla lo más objetivamente posible (añadiré que las novelas anteriores a After Dark que había leído del autor japonés me habían gustado bastante). De ahí este comentario y el título que lo encabeza, que no hace más que reflejar la impresión de novela fallida, de quiero y no puedo, que me ha dejado este 1Q84.
En 1Q84 se van alternando capítulos protagonizados por dos personajes distintos. Uno es el joven Tengo, profesor de matemáticas y escritor en ciernes que acaba siendo enredado por un editor (Komatsu, uno de los personajes más logrados de la novela) para que rescriba anónimamente una novela presentada a un concurso de autores noveles por una adolescente. La otra es la también joven Aomame, una chica fría, austera e independiente, cuya aparición en el primer capítulo es uno de los mejores comienzos de novela que he leído últimamente (toda la historia del extraño taxi varado en una de las autopistas del Tokio de hace 25 años, con la simbólica Sinfonieta de Janacek sonando en la radio, la huída de la protagonista a través de las escaleras de emergencia y la sorpresa mayúscula que supone para el lector la tarea que finalmente tiene encargada, me parece extraordinaria) y que tiene su vida organizada de una forma bastante peculiar. Estamos en 1984 (o en 1Q84, aprovechando que en japonés la q y el 9 tienen el mismo sonido). La reminiscencia orwelliana no es banal. En la novela de Orwell (también comentada aquí, y cuyo influjo, como pasa con todas las obras maestras parece no tener límite), la Historia tal y como la conocemos no existe, el sistema la rescribe constantemente para adaptarla a sus intereses, de forma que se vive en una especie de presente continuo (uno más de los apasionantes conceptos de esa iluminada obra). En 1Q84 lo que tiene una existencia dudosa es la misma realidad. Nadie puede estar seguro de estar viviendo la misma realidad de siempre.
Las historias de Murakami se caracterizan por situarse en un equilibrio complejo entre la realidad más prosaica y una especie de misterio metafísico perturbador que lo abarca todo y por debajo del cual hay un fundamento difícil de discernir, pero que es el motor de la narración, para bien o para mal. De esta forma, un personaje puede estar tomándose una sopa de miso mientras contempla dos lunas en el cielo o fijarse en como se le marcan los pezones en la camiseta a una chica de características sobrenaturales, por ejemplo. El problema para el lector es que no es fácil disfrutar por completo de una novela en la que el autor parece desenvolverse mejor precisamente cuando todo lo misterioso y oculto pasa a un segundo plano y simplemente se convierte en un contador de historias interesantes (como lo es en realidad toda la parte de Aomame y su trabajo para la venerable Madame), lo que lleva a pensar que quizá hay un exceso de fascinación por el universo de Kafka en este autor (incluso puede que una cierta interpretación descarriada) y que cuando explora otras vías narrativas, cuando se desembaraza de esa especie de servidumbre, se vuelve ágil y mucho más atractivo (idea que también podría aplicarse a parte de la obra de otro autor “kafkoide“, como Paul Auster, si bien es verdad que parece haber dejado de lado esa influencia en sus últimas y estimables novelas).
En 1Q84 se van alternando capítulos protagonizados por dos personajes distintos. Uno es el joven Tengo, profesor de matemáticas y escritor en ciernes que acaba siendo enredado por un editor (Komatsu, uno de los personajes más logrados de la novela) para que rescriba anónimamente una novela presentada a un concurso de autores noveles por una adolescente. La otra es la también joven Aomame, una chica fría, austera e independiente, cuya aparición en el primer capítulo es uno de los mejores comienzos de novela que he leído últimamente (toda la historia del extraño taxi varado en una de las autopistas del Tokio de hace 25 años, con la simbólica Sinfonieta de Janacek sonando en la radio, la huída de la protagonista a través de las escaleras de emergencia y la sorpresa mayúscula que supone para el lector la tarea que finalmente tiene encargada, me parece extraordinaria) y que tiene su vida organizada de una forma bastante peculiar. Estamos en 1984 (o en 1Q84, aprovechando que en japonés la q y el 9 tienen el mismo sonido). La reminiscencia orwelliana no es banal. En la novela de Orwell (también comentada aquí, y cuyo influjo, como pasa con todas las obras maestras parece no tener límite), la Historia tal y como la conocemos no existe, el sistema la rescribe constantemente para adaptarla a sus intereses, de forma que se vive en una especie de presente continuo (uno más de los apasionantes conceptos de esa iluminada obra). En 1Q84 lo que tiene una existencia dudosa es la misma realidad. Nadie puede estar seguro de estar viviendo la misma realidad de siempre.
Las historias de Murakami se caracterizan por situarse en un equilibrio complejo entre la realidad más prosaica y una especie de misterio metafísico perturbador que lo abarca todo y por debajo del cual hay un fundamento difícil de discernir, pero que es el motor de la narración, para bien o para mal. De esta forma, un personaje puede estar tomándose una sopa de miso mientras contempla dos lunas en el cielo o fijarse en como se le marcan los pezones en la camiseta a una chica de características sobrenaturales, por ejemplo. El problema para el lector es que no es fácil disfrutar por completo de una novela en la que el autor parece desenvolverse mejor precisamente cuando todo lo misterioso y oculto pasa a un segundo plano y simplemente se convierte en un contador de historias interesantes (como lo es en realidad toda la parte de Aomame y su trabajo para la venerable Madame), lo que lleva a pensar que quizá hay un exceso de fascinación por el universo de Kafka en este autor (incluso puede que una cierta interpretación descarriada) y que cuando explora otras vías narrativas, cuando se desembaraza de esa especie de servidumbre, se vuelve ágil y mucho más atractivo (idea que también podría aplicarse a parte de la obra de otro autor “kafkoide“, como Paul Auster, si bien es verdad que parece haber dejado de lado esa influencia en sus últimas y estimables novelas).
Así, en mi opinión, lo mejor de 1Q84 son las historias que se desvían de la trama principal (como ya ocurría en "Kafka en la orilla", en la que la historia del incidente del grupo de escolares que se desmayan sin causa aparente en las montañas en plena Segunda Guerra Mundial nos deja literalmente sin aliento, y que, por cierto, comparte parte de la calidad y el mismo tono cuasi-documental con la que en la propia 1Q84 se narra sobre la creación y posterior evolución de la organización Vanguardia), trama que sobre todo a partir de la segunda mitad del libro empieza a adquirir el tono de esas narraciones en las que el escritor parece estar dando vueltas y vueltas sobre los mismos hechos porque no parece saber en realidad hacia donde llevar las cosas. Por supuesto que no faltan las continuas referencias musicales, algunas simbólicas y otras no, habituales en Murakami (desde la ya comentada Sinfonieta, que cualquier lector curioso debería escuchar para entender algunas cosas que se cuentan en la novela, hasta los discos clásicos de jazz) y un curioso abanico de temas que tienen en común su relación con la Antropología, especialidad del misterioso profesor Ebisuno, como la maravillosa referencia a la tribu de los guiliakos a partir de la obra de Chejov “Un viaje a Sajalin” o, por ejemplo, todas las referencias al mundo de las sectas religiosas.
Lo peor es que, a pesar de las intenciones de Murakami, a uno le llega una total falta de transcendencia, una sensación continua de estar a punto de asir algo que finalmente se nos escapa de las manos. Casualmente (o, quién sabe, quizá todo tenga su razón de ser y estemos ante una reflexión autoconsciente del propio autor) es lo mismo que le pasa al propio Tengo con sus intentos literarios: “Sus textos no estaban nada mal y podía crear historias bastante interesantes, pero carecía de la fuerza necesaria para, arriesgándose, apelar al corazón del lector. Al terminar de leer, uno se quedaba insatisfecho, como si faltara algo”. De momento, 1Q84 abarca dos partes de lo que pretende ser una trilogía. Nosotros no perdemos la esperanza. El título de la reseña ya lo tengo pensado para cuando llegue el momento, ojalá, de despertar.
Espero que haya muchos Murakami ...y poqusimos vazquez
ResponderEliminarPues he leído las dos primeras partes de 1Q84 y he quedado deslumbrado, hacía tiempo un autor no me impresionaba tanto, cosa que celebro mientras escucho la sinfonía de Janacek.
ResponderEliminarHe encontrado esta reseña, y con ella el blog, de forma accidental.
ResponderEliminarSí, Murakami muchas veces desconcierta entre mundos paralelos y realidades de dudosa realidad (permitirme la expresión), por así decirlo, pero pese a ello, en mi caso me cautiva y no puedo dejar de leerlo. Como ha de haber gustos para todos, concluyo diciendo que tal vez sea After Dark mi preferida
Murakami me pareceun escritor admirable. Todo lo que he leìdo de su autorìa me ha resultado altamente atrayente.
ResponderEliminarAdemàs teniendo en cuenta la cultura a la que originalmente pertenece, posee una vasta informaciòn sobre temas diversos que hacen su lectura muy interesante. Coincido con el lector que expresa su deseo de que haya muchos Murakami.