La vida de Stephane Hessel daría para un película. De origen alemán, pero nacionalizado francés en 1937, fue miembro destacado de la Resistencia Francesa y estuvo a punto de morir en 1944 en el campo de Buchenwald, pero se libró cambiando su identidad por la de otro preso. Posteriormente, además de colaborar activamente en asentar las bases sobre las que descansaría el Estado francés posterior a la guerra (un modelo de Estado del Bienestar creado desde las mismísimas ruinas), fue redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ahora, a sus 93 años, además de seguir comprometido en todo tipo de causas (como la palestina, por ejemplo, desde el plus de razón que le da su origen judío), en 2010 escribió un alegato (publicado en España con el prólogo de uno de los últimos representantes de la genuina intelectualidad de izquierda de nuestro país, como es José Luis Sampedro, que cuenta también con esos increíbles 93 años) en el que, desde su experiencia como combatiente antinazi, llama a la gente (y en especial a los jóvenes) a indignarse y actuar contra la comparativamente mucho más difusa invasión totalitaria del capitalismo financiero internacional, cuya voracidad (el origen de la cuál queda explicado con una claridad brutal en el imprescindible documental Inside Job) está empezando a socavar los pilares de ese Estado basado en la equidad y que parecía ser el signo distintivo de la Europa a la que siempre hemos admirado y de la que siempre hemos querido formar parte.
Hessel llama a la indignación como motivo para la resistencia, y para ello suelta verdades como puños: “Se atreven a decirnos que el Estado ya no puede garantizar los costes de estas medidas ciudadanas. Pero ¿cómo puede ser que actualmente no haya suficiente dinero para mantener y prolongar estas conquistas cuando la producción de riqueza ha aumentado considerablemente desde la Liberación, un periodo en el que Europa estaba en la ruina? Pues porque el poder del dinero, tan combatido por la Resistencia, nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general. Nunca había sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero.”
Hessel llama a la indignación como motivo para la resistencia, y para ello suelta verdades como puños: “Se atreven a decirnos que el Estado ya no puede garantizar los costes de estas medidas ciudadanas. Pero ¿cómo puede ser que actualmente no haya suficiente dinero para mantener y prolongar estas conquistas cuando la producción de riqueza ha aumentado considerablemente desde la Liberación, un periodo en el que Europa estaba en la ruina? Pues porque el poder del dinero, tan combatido por la Resistencia, nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general. Nunca había sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero.”
Pero para Hessel, el camino no es la violencia (lo dice alguien que tuvo que luchar a muerte contra el nazismo), sino la esperanza (y une ambos conceptos citando este extraordinario verso de Apollinaire: “Qué violenta es la esperanza”), y pone como ejemplo las figuras de Mandela o Martin Luther King y sus mensajes de mutua comprensión y atenta paciencia para la superación de los conflictos. Finalmente, pone en manos de la nuevas generaciones el idear la forma de cambiar el mundo en el que vivimos, dirigiéndose a ellos como “aquellos que harán el siglo XXI” y exhortándoles con el lema “Crear es resistir. Resistir es crear”.
Pues bien, el lugar donde la mecha ha prendido con más fuerza, donde la gente (principalmente joven, sí, pero simplemente porque son los jóvenes aquellos más capacitados para movilizarse en representación de buena parte de la sociedad, ejerciendo de vanguardia de ésta) se ha tomado en serio las exhortaciones de este alegato (que ha recibido el apoyo de destacadas figuras representativas de todos los frentes de la sociedad moderna, materializado en el libro “Reacciona, 10 razones por las que debes actuar frente a la crisis económica, política y social”, prologado por el propio Hessel) ha resultado ser, por lo menos de momento (y abstracción hecha de las revoluciones de los países árabes, donde la gente no está luchando contra la socavación del Estado del Bienestar, sino que se encuentra en un estadio anterior que bien podría parecerse al del mundo donde combatió la Resistencia Francesa) este país nuestro, caracterizado habitualmente por su apatía, su ensimismamiento y por el borreguismo que transmiten sus medios de comunicación de masas.
Pero claro, de lo que hay que darse cuenta hoy día, es que esos medios ya no son los de la gente (o los de al menos, un porcentaje significativo de esa gente) de las últimas generaciones. Los indignados no se alimentan de la mierda que sueltan la mayoría de las cadenas de televisión o de radio, ni de lo que publican casi todos los periódicos en España. Se trata de la gente más preparada, más culta y con el sentido crítico más aguzado que haya tenido ninguna generación en la historia de nuestro país. Gente que utiliza las redes de Internet como plataforma para construir un movimiento social, capaz de organizarse en un periodo de tiempo increíble y montar una movilización a nivel nacional que se ha convertido en un foco de atención mundial. Su actividad ha resistido, de momento, unas elecciones (que han supuesto un tsunami para los gobiernos autonómicos y locales en poder de la izquierda, lo cual sea probablemente injusto para ellos, desde el momento en que los votantes les han hecho pagar las consecuencias de una crisis contra la que no han podido esgrimir, allí donde se dieran, los resultados palpables de una buena gestión progresista sobre todo en los ayuntamientos, pero un tsunami no deja de ser un fenómeno natural), el ataque injusto y plañidero de los peseteros comerciantes de la Puerta del Sol, y, finalmente, y por ahora, la brutal actuación policial encomendada por los nuevos inquilinos de la Generalitat Catalana, que, de puro prácticos, tienen puntos de vista que rayan, en muchas ocasiones, con el fascismo más descarnado (y con la hipocresía más abyecta, como se desprende del hecho de poner como excusa la posibilidad de una celebración futbolística para desalojar la plaza de Cataluña de Barcelona). No son demasiados, tan sólo unos pocos miles de personas. Pero quizá constituyan, como dice Hessel, la levadura para levantar el pan.
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