martes, 8 de marzo de 2011

A 110 KM/H: NUESTRA LIBERTAD EN PELIGRO



El Partido Popular es el partido de la libertad. Frente a las medidas represoras del Gobierno, más propias de un estado totalitario que se parece cada vez más a la Cuba de Castro que a un estado libertario, inspirado en los EE.UU. de cuando gobiernan los republicanos, que es el modelo que debería seguir nuestra querida España, ahí están los héroes de la gaviota defendiendo nuestros derechos a capa y espada. Y es que, ante acciones como bajar el límite de velocidad máxima en autovías nada menos que 10 km/h (con la absurda excusa de tratar de ahorrar combustible para adelantarse a las posibles consecuencias derivadas de la situación actual de uno de nuestros principales suministradores de petróleo y la futurible del resto, pero teniendo en realidad nada más que un afán de prohibir todo aquello que no gusta a los talibanes de izquierda, como por ejemplo correr mucho con el coche, y ya de paso obtener pingües beneficios de las multas que, puesto que vamos a seguir haciendo lo que nos de la gana, faltaría más, nos van a caer), no nos queda otra que desempolvar aquel viejo lema del mayo del 68 (qué tiempos aquellos en París, que jóvenes éramos todos los del partido) que decía prohibido prohibir, y plantearnos la desobediencia pasiva, entre otras posibles medidas de protesta (no sería descartable también hacer un llamamiento a las bases del partido, y poner a las señoras de laca en el pelo, tacones en los pies y perlas en las orejas a tirar adoquines a la policía del maquiavélico Rubalcaba, capaz, como ha afirmado el siempre bien informado Jiménez Losantos, ese amante de la libertad a carta cabal, incluso la libertad para decir disparates, de simular una enfermedad para quitarse de en medio en un momento como este).

Y es que esto de los 110 km/h (velocidad a la que, como bien ha dicho ese deportista español de pura raza asturiana que es Fernando Alonso, que tan maravillosamente contribuye con sus impuestos al desarrollo de países como Mónaco, uno no puede más que, evidentemente, quedarse dormido al volante) no es más que la gota que colma un vaso lleno de medidas (como el ataque frontal contra el tabaco o contra el alcohol al volante) que no buscan sino amargarnos a los que sabemos vivir la buena vida. ¿Por qué no dejar que cada uno decida la velocidad a la que quiere correr, el alcohol que quiera beber o los cigarrillos que quiera fumar?, ¿por qué se tiene que meter el Estado en nuestra vida privada?. Porque todo el mundo sabe que, prácticamente, se nos ha prohibido correr, fumar y beber, y el que diga lo contrario, manipula la verdad.

Hoy el diputado popular Gustavo de Arístegui ha declarado que habría que pensar en ir llevando el límite de velocidad hasta incluso los 160 km/h, dado que con los actuales coches y carreteras, nos lo podemos permitir. Porque, digo yo, el hecho de que al implantarse en su momento una medida disciplinaria seria, que funciona, como es el carnet por puntos, que ha tenido el efecto de reducir la velocidad a la que la gente circula por carretera (velocidad que cualquiera que no esté cegado por la irracionalidad sabe perfectamente que alcanzaba cotas descontroladas hace unos años, hasta el punto de ser muy, pero que muy difícil adelantar en una autovía a, pongamos, 130 km/h sin que se le pegara a uno como una lapa por detrás un conductor con el intermitente izquierdo encendido como diciendo, “apártate, momia, que el carril es mío”, porque su velocidad de crucero no bajaba de esos 160 km/h, como mínimo) y, en consecuencia, que hayan muerto cientos de personas menos de las que lo habrían hecho sin implantarla, ¿qué importancia tiene? Aquí no importa salvar vidas (esto no es lo del aborto, amigo mío, y, ya de paso, déjenme decir que eso de la lógica es un invento comunista), aquí importa la libertad (signifique eso lo que signifique), que es el valor supremo de moda al que ahora hay que aferrarse para atacar al Gobierno. 

Así que, qué mejor que pintarnos todos la bandera escocesa en la cara (azul como los colores de nuestro partido) y gritar al volante mientras aceleramos sin límites por las autovías de España, desafiando a los malditos ingleses (la guardia civil) cual Braveheart (que hombre, Mel Gibson): Puede que nos quiten los puntos, pero jamás nos quitarán… ¡¡¡LA LIBERTAD!!!

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